Condolencias

Condolencias
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El lunes pasado, en vísperas de Navidad, fallecieron trágicamente la gobernadora Martha Erika Alonso y su marido, el coordinador de la bancada del PAN en el Senado y exgobernador poblano, Rafael Moreno Valle.

Jóvenes, poderosos políticos y figuras clave de la oposición murieron junto con el piloto Roberto Copp, el copiloto, Marco Antonio Tavera, y Héctor Baltazar Mendoza, joven servidor público, responsable y comprometido.

Es, sin duda alguna, una tragedia, por donde se le vea. La muerte. La muerte de cinco personas jóvenes. La muerte en un día tan simbólico. La muerte intempestiva que no fue antecedida por la enfermedad que te prepara para el desenlace. La muerte de dos figuras clave en el reacomodo político de este año. La muerte en el contexto de un grave pleito institucional no zanjado. La muerte como prueba del primer manejo de crisis del sexenio. La muerte en un país de muertos. La muerte, siempre la trágica muerte.

Pero trágicas fueron también prácticamente todas las reacciones a ella. Las redes sociales, ese plural amorfo que permite conductas deleznables, dejaron leer mensajes de todo tipo. A mi parecer, los más increíbles fueron aquellos que surgen de una necesidad inexplicable de posicionarse frente a la muerte de alguien, aunque no se experimente ni luto, ni estupor, ni duelo.

Esas frases diciendo que no les deseaban la muerte, pero que no merecen tampoco su respeto o dolor. ¿Por qué son parte entonces de la discusión? ¿Acaso acuden a los funerales de personas que no quieren o respetan? ¿Se acercan a susurrarles a los deudos que lloran a un miserable? No lo creo. Espero que no.

Trágica la reacción de todos quienes se creen posibles sucesores. Miguel Barbosa en un eterno road show. ¿Por qué lo entrevistan? ¿Por qué publica sus entrevistas como si estuviera en campaña? ¿Por qué habla de magnicidios y finge que fue un error? ¿Por qué obstinarse en demostrarse como un político tan ruin? Lo mismo Tony Gali, Javier Lozano y Luis Banck. Todos en cálculo político. Uno pidiendo de regalo (¡de regalo!) que el PAN gane las elecciones. El otro declarándose amigo, casi apéndice, poco menos que obvio sucesor. El último, confundido, aprovechando el funeral como acto de campaña.

Y, claro, la reacción más trágica de todas, la del Presidente de la República. Primero anticipando el accidente en el que podría haber estado la gobernadora. Podría. Aparentemente asesorado por quien hace servicio social en la Presidencia de la República, el mismísimo Presidente se vuelve vocero de información no confirmada.

Posteriormente, en lo que por lo menos debe entenderse como una falta de respeto, no acude al funeral. Pensémoslo un momento. ¿Se imaginan la muerte de dos políticos de ese nivel, de ese peso, en ese entorno crispado en cualquier otro sexenio, en cualquier otro país democrático? ¿Se imaginan a cualquier otro presidente no dando un mensaje inmediato a medios? ¿No yendo al funeral? ¡Al funeral! Con todas las señales que eso envía, con la oportunidad de estatura de conciliación que desaprovecha; con la posibilidad de demostrar que se escaló el conflicto, pero que se está en disposición de apaciguarlo.

Después la conferencia de prensa en la que explica que no acudió por el supuesto ambiente generado por los mezquinos neofascistas conservadores. Fascistas. En esa ligereza irresponsable en el uso de las palabras, el Presidente acusa de fascismo a un grupo de tuiteros, quienes, en una gala de estupidez (entre ellos, un diputado del partido de los fallecidos) se emiten un diploma confirmándose en la categoría. Otra vez: de fascistas. ¿Sabrán uno y otros lo que significa el fascismo?

Todo esto ocurre mientras termino de leer el libro de moda: Cómo mueren las democracias. En él se habla de los riesgos de violentar las reglas básicas de civilidad entre adversarios políticos, de hablar de ellos como enemigos indignos de respeto, de la falta de contención desde la decencia; de preferir derrumbar que construir en colaboración.

Esperando estar equivocada, creo que un país que no puede respetar la muerte; expresar sinceras condolencias; guardarse los ataques mezquinos en un momento así, es un país que ha renunciado a su civilidad. Y, por si eso no fuera suficientemente grave, pareciera que eso implica que también ha renunciado a su democracia.

P.D. A todos los lectores, un honesto agradecimiento por su compañía en este año. Les deseo un 2019 lleno de todo lo bueno que anhelan.

 

*Especialista en discurso político.

Directora de Discurseros SC.

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