El electorado que necesitamos ser

El electorado que necesitamos ser
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Hay días en que me despierto pesimista, pensando que ya faltan menos de seis meses para la elección y que sigo sin escuchar una sola propuesta consistente de ninguno de los precandidatos.

Me deprime que sigan sin definirse en ninguna narrativa estratégica. Lo mismo ofrecen cambio que afilian a los personajes más anquilosados e impresentables de nuestra clase política. Lo mismo son ciudadanos que movilizan maquinarias corporativas. Lo mismo son demócratas que pisotean a
sus militantes.

Cada semana quiero escribir una columna que analice las grandes narrativas: de seguridad, de empleo, de pobreza; una columna que critique la selección de las palabras y los mensajes cifrados en ellas; el ritmo de su prosa, la emoción con la que se recita. ¿Cómo ven el mundo los precandidatos y cómo quieren resolverlo?

Cada semana busco las frases que los definieron y lo único que encuentro son pifias que se volvieron memes que se arrumbaron en la nube. No hay nada que analizar porque no hay sustancia y, creo yo, en parte, no hay sustancia porque no hay exigencia ciudadana.

Los electores ya están casi todos en modo zombi. Si soy un pejista convencido, la Guardia Nacional (única en su especie) tiene que ver con someter a las Fuerzas Armadas a un mando civil. Si soy, en cambio, un escéptico del lopezobradorismo, me regocijo en que los críticos de la Ley de Seguridad Interior ahora apoyen lo que de facto suena a la militarización total de las fuerzas de seguridad pública.

Por otro lado, si soy un amigo de ppmid, me emociono por la sencillez de la familia candidata: Pepe en el aeropuerto, Juana en el súper; tan normales que no se les nota que son amigos de los Duarte, de los otros Duarte y de los Borge. En cambio, si soy un crítico del priismo, lo odio tanto que, en vez de señalar lo mucho de condenable, me ciego encontrando la maldad en una tesis doctoral que no se trate de México.

Es decir, a los bandos de electores parece darles lo mismo si van a vivir más seguros, con mayor tranquilidad o no; son indiferentes a si se va a superar por fin la pobreza o la mitad del país seguirá viviendo en la miseria.

Mi candidato cumple cuando humilla al bando contrario, a los moralmente inferiores, a los ignorantes, a los que se han colocado del lado equivocado de la historia. Humillar al contrario da placer suficiente para no tener que exigir una solución al propio.

“Divide y vencerás”, han implementado exitosamente los estrategas y nosotros, electorado complaciente, obedecemos sus deseos.

Ya a estas alturas no se puede publicar un solo comentario en redes sociales alusivo a los precandidatos porque inmediatamente tienes perfiles anónimos dándote RT sin control o respondiendo agresivamente por tu osadía de criticar a su cliente. Eso es culpa de los políticos.

Pero también están los perfiles de personas que yo considero normales, inteligentes, que parecen haberse entregado a la más irreflexiva e incomprensible de las pasiones. Aquellos que defienden a su candidato cuando propone una cosa y también cuando propone lo contrario.

Que critican la paja en el ojo ajeno, pero nunca, jamás, aceptarán la existencia de la viga en el propio.

Un electorado que no reconoce que mantenerse críticos es la única defensa que tenemos contra el ejercicio abusivo de la política.

Hoy no les estamos dando razones para que nos den soluciones. Estamos felices tarareando una canción absurda cuyo video habla de ciudadanos, pero protagoniza un niño.

Bailando, cantando, fingiendo. Nadie nos explica si ese niño va a ir a la escuela y cómo; qué tipo de educación va a recibir; qué programas lo van a ayudar para que su campo, de tenerlo, se vea tan verde como el del anuncio, o para que pueda migrar y ser un ingeniero o un astronauta, o un candidato presidencial. Nadie nos dice si lavaron su ropa reluciente con agua que llega a su hogar; si sus padres tienen trabajo para proveer comida, salud y bienestar; si va a crecer con opciones más allá de volverse un halcón para los narcos. No, a nadie le importa eso.

Cantemos, cantemos irreflexivamente que de ESO se tratan las campañas.

Les digo. Hay días en que amanezco muy pesimista. Pero también hay los días buenos, en los que pienso que TODAVÍA falta medio año; que todavía podemos revertirlo, que hay esperanza.

Si viviéramos en paz, en prosperidad, en bonanza, poco importaría, pero mientras la mayoría de nuestro país viva con miedo y con hambre, la responsabilidad de cambiar esa realidad también es nuestra. Es hora
de asumirlo.

 

                 *Experta en Discurso Político. Directora de Discurseros SC.

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