El discurso no es sólo lo que decimos. Eso se sabe bien en política y lo saben bien los buenos políticos. Abrir Los Pinos como primer acto de gobierno es un símbolo de dimensión inconmensurable. Llegar en Jetta a tomar protesta. Atender a la gente en el largo camino hacia San Lázaro. Organizar un festival cultural de festejo en el Zócalo con “transmisión de mando” de los pueblos originarios. El discurso tácito de Andrés Manuel es verdaderamente eficaz.
El discurso necesita un propósito. Qué quiero lograr, de qué los quiero convencer. Ésa debe ser la preocupación principal de todo discurso… Y los simbolismos elegidos por el presidente López Obrador y su equipo son clarísimos en su respuesta: seré diferente. Seré cercano. El poder será compartido. Se acabó la burbuja del poder. Se acabó el espacio del celoso privilegio.
Las redes sociales se alborotan. Las imágenes nos enseñan a gente arrojando flores al Presidente. Emocionados. Es imposible no contagiarse. Tantas y tantos que genuinamente confían en la palabra de un presidente que ha sabido acomodar las frases y los símbolos para legitimarse. ¡Vaya súper poder!
Empieza magistralmente. El Presidente se para frente al pódium con solemnidad. Su imagen es muy poderosa. No sonríe fingidamente, como recomiendan los asesores de Ricardo Anaya o de Josefina Vázquez Mota. No adopta el tono salinista que Mario Delgado imitó terriblemente minutos antes. No es como el maniquí bien peinado que lo escucha tenso tras cederle la banda presidencial. Este Presidente se deja rebasar por la emoción, a tal grado que improvisa cuando el texto no le parece suficiente. Parece que dará un gran discurso. Están las frases. Están las narrativas simples que le permiten redefinirse e inscribirse en la historia. Y, de pronto, López Obrador se convierte en ese saboteador que le arruinó dos campañas presidenciales.
El diagnóstico del país es tan poderoso, pero los remedios parecen tan contraproducentes. No entiendo. ¿Cuál es el objetivo de este discurso?, me pregunto mientras me imagino a los grandes inversionistas volteando a ver a Brasil. ¿Por qué hablar del pasado y no del futuro? ¿Por qué hablar de lo que espanta y no de lo que da esperanza? ¿Por qué insistir en ese tono? ¿Para qué demostrar tanta ignorancia respecto a la política pública, a las tendencias internacionales, a la modernidad?
La necedad innecesaria. El discurso tiene buenos momentos, pero está lleno de contradicciones y de medias verdades. Habla de mandar iniciativas que ya se mandaron. De cambios imposibles. Incomprensiblemente elige hablar de temas que lo ponen en lugares discursivos que no domina. Después de decir que todos los males del neoliberalismo realmente no son por el neoliberalismo sino por la corrupción, de pronto tiene que justificar el “borrón y cuenta nueva”. Ya no habrá corrupción, pero no se perseguirá, porque no es circo, pero será delito grave, pero habrá Comisión de la Verdad. El Ejército no es oligarquía y por eso podemos confiar en él, pero es una decisión que no quisiera tener que tomar, pero tengo que hacerlo. Quien pudo tener un discurso glorioso, presidencial, se tambalea y cae.
En términos técnicos, el discurso no tiene una estructura que pueda potenciarlo. Está el problema y está la solución, pero el camino entre uno y otro es circular y aburrido. No es consistente porque no puede ya serlo, aunque insista en sus “greatest hits”. Le siguen aplaudiendo las frases de comercial, pero ninguna idea de Estado.
Me dicen que lo escribió él solito. Yo me atrevo a especular que no. Alguien le pasó un buen borrador. Tal vez la misma persona que le hizo el discurso del Hilton el día de su victoria. Alguien que sabe de discurso. Pero el Presidente se puso a editar. Le quitó contundencia. Le quitó mesura. Le quitó sentido. Lo privó de propósito.
El Presidente piensa que sigue en campaña, porque ahí es donde más cómodo está. Pero no se ha dado cuenta de que los símbolos ya no son suficientes; ya no podrá gobernar con las frases de templete. Se acabó el discurso en verso; tiene que escribir en prosa. La campaña terminó. El discurso mudo es tan importante como el sonoro. De pronto su palabra tiene peso y consecuencias. De pronto es Presidente y su palabra es su más grande poder. Ojalá se dé cuenta pronto.
*Especialista en Discurso. Directora de www.discurseros.