Un Tinder para candidatos

Un Tinder para candidatos
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Los veo y no sé qué pensar. Los siete en herradura, uno más nervioso que el otro.

Todos careciendo de la preparación que la cámara exige. Algunos con más callo, que se evidencia apenas abren la boca. Todos deberían iniciar con su presentación, pero sólo Alejandra Barrales y Mariana Boy usan el espacio, como marcaría el libro de texto, para presentarse como alternativas. Y Lorena, quien nos dice que es ciudadana, como si a estas alturas eso nos significara algo.

Los otros hablan de los otros o de los problemas de la Ciudad de México… como si no los conociéramos o necesitáramos recordatorio. Alguno se pone a declamar, otra aprovecha el espacio para hacer su casting como villana de telenovela. Todos nos convencen de que los demás son terribles, pero no de que ellos son maravillosos.

Esto me hace pensar en qué estrategias asumieron: ¿Quién fue a qué? ¿Para qué creen que les va a servir? Y, bueno, suponiendo que todos realmente quieren ser jefas y jefes de gobierno, concediendo que todos fueron a convencernos de que son la mejor opción, ¿existía una fórmula mágica para lograrlo?

Y, ampliando la pregunta a los debates en general ¿es un formato que nos permite cambiar nuestra opinión sobre las y los candidatos?, ¿es una pasarela en la que pueden mostrarse los talentos que necesitamos de un gobernante?, ¿hay siquiera un acuerdo entre el electorado sobre cuáles son esos talentos?

Quienes hemos estado en campaña conocemos de memoria las encuestas que las guían; las preguntas que se discuten en el cuarto de guerra para decidir los siguientes pasos, para determinar qué esperar de un debate, de un spot, de una entrevista.

En esas campañas, pensamos que nuestra candidata o candidato tiene más probabilidades de éxito si es la primera respuesta a las preguntas de quién es el menos corrupto, quién podría dirigir mejor a las fuerzas armadas, quién es el más capaz para gobernar.

En esas discusiones de campaña se nos olvida nuestra dimensión como electores.

Como ciudadanos que no quieren tomarse un café con su candidato, pero que quieren que sea una persona decente. Se nos olvida que como electores queremos confiar, queremos reconocerlos humanos, sentirnos representados, saber que, si les delegamos nuestro poder de determinación, lo van a usar con responsabilidad.

Y en esa brecha entre lo que esperamos de nuestros candidatos en el cuarto de guerra y lo que esperamos en la boleta, se gestan debates como los del miércoles.

Debates en los que vemos nerviosismo y ensayo, pero no visión. Personajes, pero no personas. No vemos las reacciones que los hacen humanos, no vemos, siquiera, sonrisas o enojos honestos. No fueron a conquistarnos, fueron a constatarse.

Pienso en qué hubiera necesitado ver para hacer “match” con alguna o alguno de los candidatos. Pienso en ellos como candidatos de tinder. ¿Qué me tendrían que haber dicho de ellos? ¿Cuál sería el resumen de perfil que me haría querer saber más? ¿Qué me hubiera gustado ver en sus rostros? ¿Hubiera sido suficiente pedir mi confianza o hay algo en el comportamiento que mi percepción hubiera capturado para que no fuera necesario?¿Salieron satisfechos? ¿Querían conquistarme? No sé, todo eso no lo sé, pero el debate me puso a pensar: tal vez estamos diseñando mal las campañas porque no estamos entendiendo cómo la política no es una dinámica tan ajena a cualquier otra interacción humana. Tal vez debemos dejar de tratarla como un suceso excepcional y comenzar a circunscribirla en una dimensión interpersonal. Tal vez los candidatos necesitan terapia, no media trainers. Tal vez queremos más empatía, tal vez la necesitamos. En fin, todavía no termina ni el primer mes de campañas… a ver qué más viene.

 *Experta en discurso político.

                            Directora de Discurseros SC.

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