«Apostemos por nosotros mismos»: del PAN y sus definiciones

«Apostemos por nosotros mismos»: del PAN y sus definiciones
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Cómo nos definimos determina en gran medida cómo nos perciben, cómo nos podemos comportar y a qué podemos aspirar.

Cuando decidimos definirnos por unos adjetivos y no por otros, cerramos oportunidades y abrimos otras, generamos comunidades y nos excluimos de otras, señalamos similitudes y profundizamos diferencias. No es un argumento muy interesante, pero la crisis interna del PAN me ha hecho pensar mucho en esto.

Mi primer acercamiento serio con el panismo fue a finales de 2010. Por razones absolutamente fortuitas, me incorporé a la campaña de Roberto Gil por la presidencia nacional del PAN.

“Apostemos por nosotros mismos” fue el texto con el que destapó sus aspiraciones. Una columna invitada en el periódico Reforma que citaba en su título palabras de Carlos Castillo Peraza, quizás el último teórico del partido.

Roberto presentaba un diagnóstico del PAN en el que señalaba tres grandes errores que había cometido el instituto.

En primer lugar, haber cedido la definición narrativa del partido a la oposición.

En segundo lugar, el partido se había ensimismado en la política interna y carecía de “objetivos de trabajo común para cultivar la confianza de los ciudadanos, para forjar liderazgos, para formar cuadros capaces de hablar el lenguaje de las políticas públicas”.

Y, finalmente, el PAN había renunciado a reconocerse como una opción liberal y, por lo tanto, “había dejado de convocar a la mayoría social que apostó por la transición democrática”.

Uno de los primeros panistas que mostró apoyo a esta candidatura fue Ricardo Anaya. Me acuerdo todavía del día en que fue a grabar su video de apoyo. Parecía un niño con entusiasmo desbordado. Tan alejado del impacto que generaba ver a los grandes operadores de la campaña en acción.

Conforme fueron pasando los días, “Anayita”, como lo llamábamos, fue demostrando sus capacidades y se fue ganando la confianza y cercanía del candidato.

Dos jóvenes abogados, inteligentes y leídos, se debatían entre definiciones teóricas del partido y operaciones de corte más mundano. Anaya parecía completamente convencido del proyecto: abrir el partido al debate, replantear la libertad como agenda prioritaria, convencer a los liderazgos de acercarse a los jóvenes…

A medida en que pasaba la campaña, para entender la historia y la propuesta del partido, me acerqué al libro de Soledad Loaeza y me sorprendí.

Acudí por más explicaciones a Carlos Castillo Peraza, a Manuel Gómez Morín, a Christlieb, a González Luna. No dejaba de preguntarme cómo el partido que se había gestado en esas reflexiones tan profundas, tan sensatas, era el mismo PAN de los enanos morales que todos conocemos.

¿Alguno de los senadores de entonces habría leído siquiera uno de esos textos? ¿Se imaginan a la mafia de la Benito Juárez conociendo y entendiendo las cuitas éticas de los fundadores?

Tal vez uno de mis textos favoritos en esa búsqueda fue el ensayo “1915” de Gómez Morín. Un ensayo que convoca a su generación a materializar un proyecto de nación incluyente, con “rigor en la técnica y bondad en la vida”.

Me entusiasmaba la idea de una candidatura que quisiera regresar al partido a esa calidad de reflexión y reinaugurar una opción política que no fuera vergonzosa.

Roberto perdió esa contienda frente a Gustavo Madero. Quienes conocen las negociaciones sabrán que muchos de los que hoy sufren las consecuencias, llevan responsabilidad en ese resultado.

Recordando esto, me duele, casi como si me hubiera decepcionado un amigo, ver que Anaya dejó, tan pronto, de ser esa joven promesa. Me duele verlo convertido en todo lo que tanto lo escuché criticar: definiéndose sólo en términos del PRI y de AMLO, sin programa liberal, sin inclusión ciudadana…

“Hace unos cuantos años, en la desazón de un régimen político que agonizaba, un pequeño grupo inició formalmente la rebelión espiritual contra las doctrinas que entonces y desde hacía tiempo eran verdad obligatoria en México”, inicia Gómez Morín el citado ensayo.

Me gusta pensar que definirse como “rebeldes del PAN” se refiere a esta rebelión y no al ridículo que la cuenta de twitter mostró en su efímera existencia.

Porque asumirse desde esta definición, sí podría ser motivo de esperanza para todos. Creo…

      *Especialista en Discurso.
Directora de Discurseros SC

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