“Por lo menos 166, 168, 170 cráneos encontrados en fosas clandestinas en Veracruz”, se van ajustando los titulares de esta semana. Al momento de escribir esta columna se contabilizan 174.
Hablamos de cráneos, como si fueran objetos de museo. Algunos comunicadores buscan editorializar agregando que son 174 vidas/familias buscando a los suyos/hijos/amigos/vidas truncadas. Lo cierto es que nada de lo que se diga parece suficiente para comunicar la magnitud del horror que, para colmo de males, ni siquiera es una novedad en este país.
Escucho a los locutores, veo las notas, buscando infructuosamente transmitir la dimensión. Hay reclamos en redes sociales: ¿cómo podemos estar hablando de otra cosa? Y, sin embargo, no paran los memes, los chistes sobre la llegada de Maradona a Dorados (como si la normalización del consumo de cocaína no estuviera ni remotamente asociada precisamente a esos 174 fallecidos), los pleitos por anuncios del nuevo gobierno, los spots del sexto informe… No hay convocatoria a una marcha del silencio, no hay una declaración del Presidente (sí, señor, todavía es Presidente). Seguimos en la cotidianidad que, una vez más, no se ve afectada por la estadística. Tal vez, intuyo, porque no hemos logrado darle vida a esa estadística.
Porque en parte, creo, el desafecto tiene que ver con una estrategia de supervivencia. En Veracruz, en Michoacán, en Tamaulipas, la vida tiene que seguir. Nos entumecemos para funcionar. Diez años de asesinatos, de fosas clandestinas, de personas desintegradas en ácido, descabezadas, colgadas en puentes, tenían que formar callo. El país se ha desensibilizado para sobrevivir.
Pero, al mismo tiempo, creo, también hemos dejado que esto pasara quienes tenemos la fortuna de que esa sea nuestra cotidianidad de noticia, pero no de vida. También desde los medios. Y esto responde, en mi opinión, a que, como en tantos otros aspectos de la “lucha por la seguridad”, la estrategia de comunicación se fue construyendo sobre la marcha.
No parece que nunca haya habido la decisión editorial de los medios de comunicación de mantener la sensibilidad viva. Se buscó informar. Se hicieron ejecutómetros. Se llegó, incluso, a la firma del Acuerdo para la Cobertura Informativa de la Violencia en México (https://www.excelsior.com.mx/node/724769), que tenía la pretensión principal de no servir de instrumento de propaganda para los criminales. En este Acuerdo, la única mención que se hace de las víctimas es, precisamente, el cuidado de su identidad, pero más que un esfuerzo por sensibilizar, este acuerdo hacía énfasis en los parámetros éticos de la comunicación en apoyo al esfuerzo del Estado mexicano.
Al día de hoy tenemos 174 “cráneos” sin edad, nombre, historia, actividad en redes sociales. No sabemos los días que pasaron las familias tratando de emitir alertas ámber, intentando armar carpetas de investigación, tratando de convencer a los policías de que su hija no se fue con el novio o que su hijo no andaba en malos pasos. No sabemos de las mamás que fueron a que el tarotista les dijera si su hija estaba viva, de los papás prohibiendo la salida de noche de sus otros hijos, de los policías que ofrecieron ayuda a cambio de una mordida y nunca volvieron a reportarse. Porque, quien ha buscado a un desaparecido en este país, sabe el viacrucis de indolencia. Imaginémoslo multiplicado, por lo menos, por 174 y procuremos contarlo más, pero contarlo diferente, para que el proceso emocional de revivirlo sirva para sensibilizar y no para lo contrario.
Respetemos, sí, a las víctimas. Pero respetémoslas al no mandarlas al anonimato. Hoy tenemos 174 menos y no sabemos nada de ellos. Tampoco sabemos nada del gobernador que ordenó la desaparición, o del que se enteró y no castigó a nadie, o del que está tan lejos de la realidad de su estado que ni se enteró. Pareciera momento de contar sobre todo eso.
*Especialista en discurso político.
Directora de Discurseros SC