El proceso hacia el feminismo es largo y lento. El primer paso es aprender a negociar contigo y con tus formas. Poco a poco empiezas a animarte a levantar la voz, a saber cómo hacerlo. Primero eliges la broma que suaviza la denuncia o dulcificas tu voz, te infantilizas para no amenazar. Algunas veces te disculpas por adelantado por el comentario que vas a hacer. En ocasiones pides perdón “por ser tan exagerada”. Sabes que el mundo es inhóspito a tu mensaje y que, si quieres avanzarlo, tienes que acomodarlo al auditorio. Como cualquier discurso.
Poco a poco te vas sintiendo más cómoda, tienes mejores argumentos de defensa, eres más articulada.
De todos modos resulta complicado porque andar sin tiento puede resultar en una cadena de agresiones. Fácilmente, a la más sutil de las denuncias, te contestan que eres una malcogida, exagerada, insatisfecha, loca. Y eso es complicado, frustrante y doloroso.
Pero hay dimensiones aún más complicadas de ser feminista. Una de ellas es darte cuenta de que eres feminista, pero que de pronto piensas como si no lo fueras. Hay días que te descubres replicando comportamientos misóginos que has aprendido y que aún no has custionado; días en que, en un momento de sinceridad contigo misma, te reconoces en esos patrones que tanto criticas. Y sientes mucha culpa.
Por ejemplo, te dices feminista, pero puede gustarte que tu pareja tenga mayor ingreso que tú. Eres feminista, pero puede gustarte el estereotipo de género que replica la caballerosidad. Eres feminista y jamás has juzgado a una ama de casa, pero en el fondo juzgas a tu amiga por casarse con alguien que “no hace nada”. Eres feminista, pero casarte sigue siendo una de tus principales metas en la vida. Eres feminista pero, incluso, has coqueteado como instrumento para avanzar una agenda… porque sabes que se puede, porque sabes que funciona.
En estas últimas semanas, precisamente este último tema me ha generado mucho conflicto. Derivado de las numerosas acusaciones de abuso sexual en Hollywood, me he puesto a pensar en dónde estoy parada respecto al acoso: cómo lo entiendo, cómo lo juzgo, cómo lo solapo.
¿He sonreído coquetamente para conseguir concesiones? Sí. Con ello, ¿he fortalecido la idea de que el coqueteo es una forma aceptable de negociar? Tal vez. ¿He recibido coqueteo que me ha gustado y he accedido a esa negociación? Sí. Entonces, ¿he perpetuado la idea de que se vale? Todo parece indicar que sí.
Pero también creo que la palabra clave es “que me ha gustado”… que cuando tienes la opción de hacerlo porque te gusta o te facilita la vida, es una cosa, pero cuando tienes la obligación de hacerlo porque sólo así puedes avanzar laboralmente, es una muy distinta.
Todos somos esas pequeñas contradicciones que no tenemos resueltas o esas aparentes contradicciones que no hemos argumentado. Pero yo creo que es importante que todos, feministas y no feministas, tengamos la disposición para analizarlas. Porque lo más probable es que no nos guste conocernos tanto como para aceptarnos contradictorios, pero lo cierto es que es la única forma que tenemos de avanzar hacia un mejor horizonte para todos.
*Experta en discurso político. Directora de Discurseros SC