Y tú ¿lloraste con Coco?

Y tú ¿lloraste con Coco?
';

Desde el estreno de Coco, todas las pláticas que he escuchado sobre la maravillosa película de Disney, en algún momento versan sobre si y cuánto lloraron los asistentes.

Haber llorado con Coco parece ser la nueva medida de calidad humana, el indicador que tenemos para determinar si alguien es sensible, noble, buena persona, un ser humano como corresponde, pues.

Es muy curioso, porque yo estaría tentada a pensar que la capacidad de conmover dice más sobre la película que sobre quienes la hemos visto. Pero, en esta ocasión, toda evaluación parece ser autoreferenciada y, desde mi perspectiva, ésa es precisamente la genialidad de Coco.

Porque las historias, las narrativas y, si me apuran, los discursos, tienen esa única forma de dejar huella: impactar la emoción del escucha. Y la nueva película de Disney usa todos los instrumentos que conocemos para lograrlo. La historia sigue estrictamente la estructura dramática que debe tener toda narrativa (planteamiento, confrontación, resolución). Las anécdotas son simples y, por lo tanto, es fácil apropiarse de ellas. Los personajes son consistentes, entrañables y complejos. Los temas son universales, por lo que es fácil vincularse con ellos: familia, expectativas, muerte, amor, traición… El lenguaje está magnificamente adaptado al público. Y esto es tal vez más fuerte para los mexicanos —aunque ya lo veremos cuando se estrene en todo el mundo— porque nos reconocemos en cada tradición, en cada reflexión, en cada diálogo.

Cada uno de estos elementos está tan bien desarrollado que ni debatimos sobre esto. La lectura es automática. No he escuchado a nadie decir, por ejemplo: “oye, yo tengo una idea muy diferente de cómo es el vínculo con la muerte o con la familia”; “la verdad no me parece que sea creíble que un perro callejero sea un compañero tan fiel” o, “híjole, está rarísimo cómo presentan a Frida Kahlo, ¿no?”; “mmm, y ¿por qué Coco se escondía para cantar?”, etc. La película tiene una historia tan bien contada que no da lugar a cuestionarla en su consistencia. El lenguaje, sus elementos, sus personajes crean un entorno en el que es fácil zambullirse y experimentar(nos).

El hecho de que las reseñas personales sean más sobre la reacción a Coco que sobre Coco, misma que pareciera evidenciar un acuerdo subyacente de que, en tanto no hay polémica en el mensaje, podemos concentrarnos en nosotros. ¿Cómo me hizo sentir a mí? ¿Por qué y con qué me identifiqué? ¿Cuándo y cuánto lloré?

En esta época de procesos electorales, de campañas nacientes, quisiera invitar a los estrategas, a los coordinadores de mensaje y campaña, a los candidatos a que vayan a ver Coco. Ojalá traten de entender por qué conmueve. Se darán cuenta de que poco tiene que ver con hablar de emociones y mucho con generarlas. Tal vez noten que no hay voces apostadas en un tono cursi para parecer sensibles, no hay hipérboles en las figuras literarias, no se habla sin ton ni son de sonrisas y sueños cumplidos y mamás entregadas. Reconocerán, espero, que Coco logra emocionarnos por lo directo de su lenguaje y por lo auténtico de su mensaje.

Y para que eso se logre, para que las historias conmuevan y emocionen, tienen que conmover y emocionar a quienes las piensan y a quienes las escriben. Porque dar un discurso que pretende ser emocional sin sentir esa emoción al darlo, es como tratar de contar un chiste que no nos parece gracioso. No funciona. Simplemente no funciona.

La emoción no puede generarse desde el vacío, sólo puede compartirse. El arte está precisamente en cómo compartirlas, cómo compartirnos. Y para ello, por fortuna, podemos hacer uso de todas las palabras en el mundo.

*Experta en discurso político. Directora de Discurseros SC

Artículos relacionados
Leave a Reply

Your email address will not be published.Required fields are marked *