¿El monstruo de Ecatepec?

¿El monstruo de Ecatepec?
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Bueno, ¿qué le vamos a hacer?, nos fascinan figuras como Juan Carlos, el “monstruo de Ecatepec”. Embelesados con la entrevista psiquiátrica que “se filtró”. Su voz se repite una y otra vez en prácticamente todos los canales y estaciones. ¿Será que con su difusión se pone en riesgo el debido proceso? ¿Importa?

No sabemos cómo manejar a este homicida que podría ser responsable del asesinato de más de 20 mujeres en Ecatepec. Según algunas estimaciones, esto querría decir que “el monstruo” sería responsable del 5% de los asesinatos en el municipio. (Uy, sólo el 5%… ¿cuántos monstruos tendrá Ecatepec entonces?).

Muchas voces en la semana han acusado, con justa razón, que los brutales asesinatos hayan requerido de la voz del victimario para conseguir atención nacional, cuando la voz de las víctimas lleva años reclamando difusión y atención.

Algunas notas se concentran en explicar a Juan Carlos. Pobre, insisten. Abusado por su madre y engañado por su pareja: ¿tenía alternativa más que volverse un misógino y feminicida? Esas mujeres que siempre merecen la muerte… por su ropa, por su comportamiento, por sus puterías.

Su voz suena en todos lados. Los medios complementan su cobertura con algunas cifras de la violencia contra las mujeres. Cifras que hemos escuchado millones de veces, pero que, de pronto, adquieren dimensión cuando se escuchan con un “prefiero que mis perritos coman carne de esas mujeres, a que ellas sigan respirando mi oxígeno” en el fondo.

Pues bueno, aprovechemos la coyuntura. Si esto es lo que necesitamos para hablar a fondo de la violencia homicida en contra de las mujeres, hagamos uso de Juan Carlos y de nuestro morbo y de nuesto sistema de justicia, más preocupado por el espectáculo que por la justicia.

Pero seamos francos: ¿qué es lo que nos horroriza? ¿Por qué lo llamamos “monstruo”? ¿Por el número de mujeres? ¿Por qué no tiene remordimiento? ¿Por qué declara su odio con orgullo? ¿Por los métodos de asesinato, desmembramiento y preservación de las asesinadas?

Porque lo cierto es que muchas de las declaraciones no nos son ajenas. Por ejemplo ese relato que le llena los ojos de lágrimas de cuando su expareja lo engañó y los policías se burlaron de él: su “mujer se fue con otro cabrón. Ese niño no es tuyo. Ya deja de moverle”. A Juan Carlos le duele la humillación. Pareciera que no se trata de la pérdida de su expareja, sino la furia de saber a otros hombres burlándose de él: los policías y “el otro cabrón”.

“Después de que caí de la escalera, iba con puro diez. A partir de ese momento, perfección en la escuela”. Para Juan Carlos es muy importante impresionar al psiquiatra. Es un chingón, no debe caber duda. “Me daba cuenta de cosas que muchos niños no se dan cuenta a esa edad”, insiste.

Luego la narrativa de la derrota: “después de los veintidós, toda pareja sentimental que yo tenía, terminaba dándome en la madre”. “¿Cuántas fueron?”, cuestiona el psiquiatra. “Muchísimas patrón”, porque para Juan Carlos tener “muchísimas” mujeres es importante. Aunque las odie, aunque terminen “dándole en la madre”. Él se valida en la medida en que tiene muchas mujeres y así lo presume.

Y, por supuesto, el problema de origen: “mi mamá andaba de puta con otro güey (…). Mi papá estuvo de mandilón con ella (…). Ni una pinche vieja me va a faltar al respeto así. Jamás”.

A fin de cuentas, las mujeres son el centro de su vida: como victimarias, como blancos, como obsesión. Él conquista a “muchísimas”, pero las mujeres son putas y son traidoras. Y ojo aquí: ¿Cuántas veces hemos escuchado esta idea en la voz de tantos hombres. ¿Qué tan lejos están de que una mujer que conquistaron los engañe, o quiera hablar con otro hombre en un bar, o quiera terminar su relación sentimental “dándoles en la madre”? ¿Cuántos de ellos creerán que se ganó la violencia, que merece morir? Las cifras de feminicidios nos dicen que muchos hombres están dispuestos a creer esto. Novios, exnovios, esposos, exespososo. ¿Qué tan lejos están de convertirse en “monstruos”? Porque lo monstruoso radica en el derecho que creen tener de resarcir el agravio, no tanto en la forma como decidan matarnos.

*Especialista en discurso político.

 Directora de Discurseros SC.

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