La madrugada del 6 de octubre, el diputado Cipriano Charrez conducía en estado de ebriedad. Asesinó a un taxista de 21 años. Huyó del lugar de los hechos y, a pesar de que existe evidencia de que él iba manejando y de que cobardemente huyó de la escena, ha negado toda participación. A los pocos días circuló en los medios la noticia de que supuestamente los padres de la víctima se desistían de emprender acción legal y otorgaban “perdón legal” al diputado. En este país en el que la ley sólo la enfrentan quienes no pueden pagar que los eximan.
El PAN podría haber hecho un legítimo escándalo. Podría haber convocado a actos simbólicos. Podría haber organizado sendos posicionamientos en el Pleno de ambas cámaras. Podría haber grabado un video hablando sobre la ética en el servicio público y el valor de la vida. Pero el PAN no hizo nada.
El domingo pasado desapareció Valeria, de 12 años, en Melchor Ocampo, Estado de México. Al día siguiente se supo que fue asesinada. Ese lunes también apareció asesinada Marbella Ibarra en Rosarito, Baja California. La fundadora del equipo de futbol femenil Xolas fue asesinada a golpes.
La presidenta municipal de Melchor Ocampo es panista. Pudo aprovechar el momento para pedir ayuda o para reconocer alguna responsabilidad. El Estado de México se desintegra de violencia y las mujeres son las principales víctimas. El PAN podría haber hablado de todas esas vidas. Mujeres violadas, golpeadas, asesinadas todos los días. El PAN podría haber exigido apoyo del estado o de la Federación.
El gobernador de Baja California, Kiko Vega, también es panista. Él pudo haber hecho un homenaje a una mujer que cambió la vida de tantas otras. Pudo haber hablado de equidad; de las mujeres en la comunidad; de la vida y su respeto; de la violencia que la amenaza. Pero, nuevamente, el PAN no hizo nada.
El viernes pasado, el gobierno de Enrique Peña Nieto en manos de la Policía Federal atacó con gas lacrimógeno la caravana migrante de centroamericanos que buscaban entrar al territorio nacional. Niñas, niños, bebés; familias muertas de hambre, de miedo, de desolación fueron recibidos en nuestro país en peores condiciones que si hubieran entrado a Texas o Arizona. Muchos mexicanos respondieron con un racismo deleznable. El presidente Peña emitió un soliloquio vergonzoso en el que repetía una y otra vez las bondades de la migración “ordenada”. Habló de soberanía y de legalidad. Anunció que toda persona que deseara ingresar a nuestro país podría hacerlo “siempre y cuando contara con documentos de viaje y una visa concedida por México”. Muy útil su consejo.
El PAN pudo aprovechar para hablar de humanismo. Para hablar de nuestros migrantes en Estados Unidos y nuestros inmigrantes en el sur. Pudo hablar de la vida de los niños, de los ejemplos de humanidad de las que alimentan a quienes viajan en La Bestia. Pudo repudiar la forma en la que fueron atacados los migrantes. Y no, una vez más, el PAN no hizo nada.
¿Y saben por qué no hizo nada? Ah, pues porque el PAN estaba muy ocupado hablando de la humanidad y el respeto a la vida de los embriones. En un video, Marcelo Torres, presidente nacional del PAN (ya sé, también para mí es la primera noticia que tengo de él), nos explica que el “derecho a vivir es el primer derecho de todo ser humano”. Parece que no es tan importante si lo ejerce un taxista de 21 años o una niña de 12 o un centroamericano migrante, pero sí es el de un no nacido, sí, ahí se vuelve prioritaria la defensa del Estado. El PAN está muy preocupado por las mujeres que se ven “abocadas (sic) a tomar la dramática decisión del aborto”. Aunque no las quiere en la cárcel, les quiere dar opciones (no abunda en ellas). Y bueno, ahí están las prioridades. Nada que agregar.
*Especialista en discurso político.
Directora de Discurseros SC