El viernes pasado se conmemoró el Día Internacional de la Eliminación de la Violencia contra las Mujeres. Hace apenas dos semanas en este espacio reflexionamos sobre la discriminación contra las mujeres en el lenguaje público. El acto celebrado en Guanajuato en el marco de esta fecha permite avanzar en el entendimiento de la prevalencia de esta conducta: la de discriminar, la de violentar a la mujer, pensando que se hace precisamente lo contrario.
De escuchar los discursos pronunciados ese día, uno diría que es la prioridad de este gobierno; que todas las autoridades están involucradas combatiendo activamente la violencia, encarcelando a los feminicidas, persiguiendo a los golpeadores. Pero en la última intervención de la larga concatenación de autocomplacencias en las que funcionarios de todos los órdenes y poderes de gobierno se palmearon la espalda unos a otros por los innumerables esfuerzos emprendidos, el Presidente Enrique Peña Nieto, acercándose al cierre de su discurso, a la parte que los discurseros conocemos como el call to action, sentenció:
“Yo convocaría a las mujeres (…): estén resueltas y decididas a poner un alto, a decir: basta, basta ya de violencia. No permitan que sean ustedes víctimas de la violencia. Estén resueltas y decididas a decir: basta”.
¡Uy! Tan bien que íbamos. Todos unidos contra la violencia hasta que, una vez más, violentamos a las mujeres y las responsabilizamos -a ellas- de ser víctimas de la violencia. A ver, mujeres, yo les voy a pedir que no se permitan ser víctimas de violencia. De una vez quisiera pedirle a los ciudadanos que no permitan ser víctimas de secuestro, extorsión u homicidio. Combatamos la inseguridad y la violencia. Y, ya entrados en gastos, la impunidad. Hagamos que las víctimas ya le paren a esa perniciosa permisividad.
Ya entusiasmado, el Presidente amplió su convocatoria “a los hombres que se pasan de la raya. Deténganse”. Y uno no sabe si aplaudir o darle el premio al eufemismo del año porque, señor Presidente, ejercer violencia contra las mujeres, en cualquiera de sus dimensiones, no es pasarse de la raya. Es más, llega, incluso, a ser un delito.
Y este es un claro ejemplo de por qué es tan difícil erradicar la violencia contra las mujeres. Porque es tan prevalente que, ni porque es el Presidente de la República, ni porque se citó a la plana mayor y a la menor, ni porque es el día internacional que conmemora la lucha contra el fenómeno, el discurso es pertinente para “eliminar el machismo en todas sus expresiones”.
Porque con todo y que el gobierno crea que nos empodera a las mujeres, que nos fortalece para que “estén dispuestas a abandonarlos y a tener una vida propia”, que piense que contribuye a despejar “de ellas el temor a dejar ese espacio de violencia, por no saberse a veces seguras y capaces de poder tener una vida productiva”, lo cierto es que la violencia contra las mujeres se combate, sobre todo, castigándola efectivamente, no dándonos a las mujeres la oportunidad de escapar, de tener una vida “propia”.
Y a ese respecto, retomemos nuevamente al Presidente cuando alude a los testigos, “porque luego hay testigos que se terminan convirtiendo en cómplices. Hay testigos que observan la violencia en distintos espacios y simplemente dicen: Yo ahí no me meto”. Y se me ocurre un ejemplo en el que esto sería una gran idea. Digamos que un secretario de Estado, decidiera ejercer violencia verbal contra una mujer, acusándola, supongamos, de estar demente porque se sintió incómodo con la vehemencia de un reclamo, ¿sería su jefe un cómplice de esta violencia si no lo reprendiera? Se me ocurre que sí. Cuántas mujeres no hemos enfrentado ese insulto, el de que estamos locas, que somos muy sensibles por emitir reclamos legítimos. Qué refrescante sería que alguien castigara ese comportamiento por la tácita agresión subyacente.
Y, finalmente, dijo Enrique Peña Nieto, ex gobernador de uno de los estados que encabezan la incidencia de feminicidios en el país, presidente de uno de los países con mayor número de víctimas de este delito, que seamos “capaces de denunciar”. Y esta parte me entusiasma. Quiere decir que el Presidente sabe que en este país es prácticamente imposible denunciar este delito, que uno no es capaz de denunciar. Porque las mujeres violadas sufren una doble victimización cuando acuden a denunciar: se les responsabiliza de vestir inadecuadamente o de “incitar” a su agresor; porque es probable que un ministerio público le reclame a la mujer por “permitir” la violencia ejercida en su contra; o porque, tal vez, los agresores lleven una vida minimizando su conducta frente a sus víctimas, porque muchos hombres siguen pensando que son “exageraciones” del feminismo, “lloriqueos” del sexo “débil” o que ciertamente es inadecuado “pasarse de la raya”, pero no es grave.
Así las cosas…