El discurso político es, también, el que no se enuncia, discurso tácito. El que se ve, el que se infiere. Aquél que se construye con todo lo que acompaña al discurso. La vestimenta, el tono de voz, las sedes, las audiencias que se eligen para darlo, los medios que se escogen para transmitirlo. Todo eso son decisiones de comunicación que a veces dicen del político y de su proyecto más de lo que jamás pudiera revelar su discurso.
El 1º de diciembre a la 1:30 de la mañana, Alejandro Murat Hinojosa rindió protesta como gobernador de Oaxaca. En una estrategia digna del PRI de Durazo, se cambió secretamente la hora del evento para distraer a los manifestantes del magisterio que amenazaron con impedirlo. ¿Qué no quieren que tome protesta? Ah, pues muy fácil. Nos vamos a la televisora estatal (claro, la televisora siempre ha sido el instrumento de poder del PRI. Que no quede duda de que lo seguirá siendo). Improvisamos un Congreso en un foro de televisión. Con una mesita con mantel de fieltro verde que le dé grandilocuencia. Que vengan los diputados locales. ¿Que los de Morena no quieren venir? No importa. Siempre la armamos sin ellos. Que venga algún legislador federal dispuesto a tratar de dignificar esta marrullería y, claro, Enrique Ochoa, para reconocerle el sello priista a este acto.
El nuevo gobernador tuvo que leer —qué tal que se le olvidaba— los cuatro enunciados con los que se comprometió a cumplir y a hacer cumplir la ley y a desempeñar fiel, y patrióticamente su encargo. Y ya. A las 3:36 de la mañana el gobernador recién estrenado lanzó un tuit en el que afirmaba: “con el gran honor que significa tomar el mando del Gobierno Estatal, hoy asumo el compromiso de trabajar por el bienestar de Oaxaca”. Honor. Por Dios.
Cuestionado por la forma en que tomó protesta, el nuevo mandatario nos tranquiliza: “Oaxaca amaneció en paz” y eso es lo importante. Y con esto nos los revela todo. Para Murat, el estado está en paz, cuando se puede salir con la suya. Cuando sus objetivos no están en juego.
Diciéndonos que el estado está en paz, el gobernador nos dice que haber recibido un estado “colapsado, económica y socialmente”, no es inquietante; que los niños lleven meses sin ir a la escuela, no es preocupante; que los bloqueos carreteros amenacen desde hace semanas la economía de tantos poblados, no es intolerable; que la deuda de su antecesor haya adquirido niveles alarmantes sin que el estado haya dejado de ser uno de los estados más miserables del país, es irrelevante. Toda la crisis política, económica y social son nimiedades. El gobernador pudo tomar protesta y, por eso, el estado está en paz. Qué tranquilidad.
Por otro lado, Miguel Ángel Yunes, nuevo gobernador de Veracruz, tomó protesta frente a la plana mayor de la clase política. Todo el mundo acudió. Hasta Romero Deschamps al que normalmente tienen abandonado en su indolencia. Yunes anunció la devolución, “con recursos propios” (¿qué será eso?), de 1,200 millones de pesos, de los miles de millones que le robó Duarte al pueblo de Veracruz.
En su extenso discurso, convocó a los veracruzanos a un pacto social, uno en el que coincidieran todos, “impregnado de solidaridad y compromiso con los olvidados, con los millones de veracruzanos que viven en la pobreza y en el abandono” (vaya, los abandonados por fin en un discurso). Un pacto que permita restablecer el orden en la “estructura y funcionamiento de gobierno, orden en la convivencia social, orden en la vida cotidiana”. Yunes dijo compartir el sentimiento de “coraje y frustración”; insistió en que Veracruz reclama un gobierno “cercano, sensible, comprometido y solidario”. Y bueno, parecería lo mínimo en un estado tan lastimado como Veracruz.
No sé quién vaya a ser mejor gobernador. No sé si alguno vaya a ser medianamente decente siquiera, pero el segundo parecería el diagnóstico mínimo del que hay que partir… a menos, claro, que tu estado haya amanecido pobre, rezagado, abandonado y vulnerado, pero “en paz”.
*Economista y politóloga. Directora de Discurseros SC