“Nosotros lo que hemos planteado es que, de parte del Estado mexicano haya una posición, no una reacción, no estar reaccionando a cada advertencia a cada acción, no, una posición de Estado.
El Estado mexicano tiene que construir una propuesta estratégica inteligente, firme, digna, que atienda cada uno de los asuntos por los cuales hoy la relación México-Estados Unidos está alterada”.
Esto dijo Miguel Barbosa el 9 de diciembre en el Senado mexicano, al inaugurar el Diálogo Dreamers without borders. Hasta suena a hombre de Estado,¿no? Uno que entiende las vicisitudes de sus interlocutores. Los dreamers, migrantes, hijos de migrantes que han hecho vida en Estados Unidos, que no conocen otra patria más que la que recientemente se les ha constatado ajena; que enfrentan, de facto, la posible deportación de familiares indocumentados. Esos que se han atrevido a soñar el sueño americano y que hoy han sido despertados súbitamente con la noticia de que pueden perder este derecho.
Pero, al parecer, lo que yo entiendo por una “propuesta estratégica, inteligente, firme, gigna” no tiene nada que ver con lo que entiende el señor Barbosa. Ese hombre que se define en la retórica de la oposición que no aporta nada, esa oposición tan mexicana, exige una “visión de Estado” gritándole, sólo un día antes, “puto” a una piñata con figura de Trump.
Precisamente el día en que el coordinador parlamentario del PRD en el Senado de la República se lamentaba, “con mucha responsabilidad” porque “el Senado ha quedado rezagado (…) en la posición que juega de analizar y evaluar la política exterior”, nos despertábamos con la noticia del despropósito emprendido en la fiesta navideña de senadores, asesores y personal administrativo del grupo parlamentario del PRD en ese Senado que, tiene razón Barbosa, se ha quedado tan –tan– rezagado.
“Yo quiero pedirles, que me respondan con mucha solidaridad para mandarle un saludo a Donald”, convocó Barbosa esa noche. Sus huestes, leales, respondieron con una coordinada rechifla que culminó con un digno, dignísimo “eeeeeehhhhh puto”. Como gritan en el estadio de fut, bajo la influencia de las cervezas y la insolación, al arquero del equipo contrario “para intimidarlo”.
Más allá de mi postura sobre ese grito en el estadio, la homofobia que yo estoy convencida de que lo sostiene y lo impertinente que siempre me ha parecido, creo que en este caso refleja aún más. No sólo habla de lo pueril de nuestros senadores- que tampoco es la sorpresa del año-, ni de lo irresponsable de sus posturas, ni del nivel intelectual, ético y estratégico de nuestra clase política.
Me estremece que, en este contexto, el lamentable alarido lo que demuestra, es una frustración abrumadora; el reconocimiento de la impotencia, que tiene que “denostar” al oponente cuando no le puede discutir, cuando no lo puede confrontar. La elección del insulto en específico da para otra disertación. Pero, más allá de esto, contestar con burla en vez de con debate; con golpes, en vez de con estrategias; con rechiflas en vez de con posicionamientos, con políticas de defensa a los migrantes, con supervisión de las fronteras, con previsión a la repatriación, con consolidación de oportunidades en los lugares de origen, etc.
“En México respetamos a la sociedad americana, (…), respetamos al pueblo americano, respetamos a su historia”, les decía Barbosa a los dreamers. Y mientras tanto, a nosotros, nos decía que a los que no respetan es a la sociedad mexicana, al pueblo mexicano, a nuestra historia.
“Es parte del folclore mexicano”, dijo la secretaria general del PRD refiriéndose al festejo. “No va a causar ningún estrago diplomático (…) De hecho, es una forma de protestar”. ¿En serio? ¿De protestar? Qué impotencia más dolorosa.
*Economista y politóloga. Directora de Discurseros SC