«Nuestro amigo, Pepe Meade»

«Nuestro amigo, Pepe Meade»
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Les quiero pedir que me acompañen en un experimento. Imagínense por un momento que van a ser el o la candidata a la Presidencia de la República por el partido en el poder. Las encuestas indican que su partido será competitivo en la próxima elección. Es decir, tienen una posibilidad real de ser presidente o presidenta de su país.

Ahora súmenle que llevan 20 años trabajando en el servicio público, cinco veces como titulares de alguna secretaría de Estado y que tienen credenciales académicas impecables. No sé ustedes, pero yo prepararía el discurso de mi vida para la ocasión.

Cuando días antes de su registro como precandidato José Antonio Meade tuiteó una foto en la que anunciaba que estaba en proceso de redactar “uno de los discursos más importantes de esta nueva etapa que comienza” me entusiasmé. Seguramente daría un discurso estructurado, pulido, sofisticado y sustancial. Tanta preparación y tanto músculo partidista, pensaba yo, no podían decepcionar.

Error. El domingo pasado, frente a cientos de priistas a quienes pidió su apoyo, José Antonio Meade dio un discurso desangelado, desestructurado, lleno de lugares comunes y contradicciones, sin propuesta ni narrativa.

La estructura clásica de un discurso político es plantear un problema que debe resolverse, presentar cómo lo resolvería yo y pedir a la audiencia cómo quiero que participen en esta solución. Y ya.

No es ciencia aeronáutica ni mucho menos. Es una historia muy sencilla que puedo decorar con un lenguaje pulido, con ejemplos, datos, historias, figuras literarias o lo que yo escoja, pero esa estructura tiene que ser mínimamente identificable.

Me llama la atención que nadie en el enorme —y, dicen, muy preparado— equipo de José Antonio Meade le haya dicho: “Oye, Pepe, no estás diciendo nada”. Y, claro, al carecer de un argumento o una estructura discernibles, el discurso es una eterna caminata en espiral en donde ni siquiera hay una división temática. Entonces, puede mencionar la “educación” en cinco momentos distintos, sin evolucionar siquiera en el planteamiento que sobre ella se hace. Puede ser complemento necesario de “techo, alimentación y salud”, lo mismo que de “salud y bienestar”. O “tiene que estar presente en cada rincón del país”, como si viviéramos en 1973 y la preocupación central fuera la cobertura. O, también podría ser que necesitáramos una educación para “aprender, emprender y fortalecer”, aunque no nos diga qué podríamos fortalecer con la educación, ni cómo, ni con qué tipo de educación, ni nada.

El discurso, más que una secuencia de ideas o propuestas, parece una lista en donde se incorporan todos los temas que “tienen” que estar (salud, educación, mujeres, prosperidad, gobierno del presidente Enrique Peña Nieto) y algunos que nadie vio venir, como la cultura (y sí, Octavio Paz debe seguir llorando de que con “nuestra cultura” se refiera a las “contribuciones de los pueblos indígenas”, whatever that means).

El discurso inicia con una enumeración de todos los sectores del priismo y de sus liderazgos, pero no se les “hace un cariñito”, no se habla sobre su posición estratégica en la ideología o funcionamiento del partido y, por tanto, de la campaña.

El lenguaje es obvio al nivel de hablar de “sembrar juntos con la CNC en favor de las familias mexicanas”, pero sin usar la metáfora para nada más que eso.

Cuando Meade habla de sí mismo, habla de su vocación de servicio, de una aspiración que viene de ver a sus padres, a quienes menciona dos veces, pero no presenta como personajes o mentores. Habla de su preparación y de sus resultados, mucho de sus resultados, pero no abunda en ellos. “Me inscribo como precandidato porque tengo la experiencia, los resultados y el conocimiento para ser un buen candidato y un buen Presidente de México”, refiere y nadie es como para señalar que la enumeración lógica debe ser “conocimiento, experiencia y —al final— resultados”.

Las antítesis son débiles, las explicaciones son insuficientes, el lenguaje no es potente, su identidad no queda clara, su proyecto es difuso.

Sinceramente, espero que esto mejore. No sé si peco de ingenuidad, pero me encantaría ver, en esta elección, una lucha de narrativas sólidas, cuidadas, poderosas. Un debate sobre proyectos de nación y sobre liderazgos. Por lo que he visto en estos días en todas las trincheras, todo parece indicar que me voy a quedar con las ganas.

* Especialista en discurso político y directora de Discurseros SC

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