Sobre esos políticos que odian leer sus discursos

Sobre esos políticos que odian leer sus discursos
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“No lo escribí, yo tengo mi discurso en la cabeza. Porque uno escrito es falso y no emociona”, me dice muy seguro de su hipótesis un hombre que aspira a ser presidente municipal.

Cada vez que un cliente me sale con esto, sé que va a acabar dando un pésimo discurso. Lo más probable es que confíe tanto en su talento para improvisar, para “leer” a la audiencia e ir adaptando las palabras, que su soberbia le impida prepararse. Lo más probable es que cuando vea que no está logrando despertar furor en su audiencia, aposte la voz y finja emotividad en un tono que lo transparente como un impostor.

Este comportamiento lo he visto miles de veces. Pero lo cierto es que sólo hay tres situaciones en las que un discurso es bueno cuando no es leído: cuando la ocasión es tan irrelevante que no lo amerita, cuando se lo aprendieron de memoria y por eso no tienen que leerlo, y cuando es sobre un tema que realmente apasiona al orador, uno que ha pensado tantas veces que es parte de su esencia, de su narrativa, de una lógica perfecta en la que no se puede equivocar ni queriendo.

Los grandes discursos de la historia mundial, ésos que la gente recuerda y cita por generaciones no fueron, nunca, discursos improvisados.

El sueño de Martin Luther King se pronunció varias veces en eventos con un puñado de escuchas antes de la marcha memorable en Washington.

El discurso de la inauguración de John F. Kennedy en el que pedía no preguntarse “lo que tu país puede hacer por ti”, ni siquiera lo escribió él.

El discurso que catapultó a Barack Obama de una convención demócrata a la candidatura presidencial, fue preparado con tanta anticipación que John Kerry, el candidato presidencial, tuvo tiempo de pedir permiso para apropiarse de unas frases e incorporarlas al suyo.

Los grandes oradores ensayan una y otra vez sus discursos. Los leen, los corrigen, los cuestionan una y otra vez hasta que la lectura ya no exige edición. Practican su entonación, sus pausas, sus ritmos, se apropian de ellos.

Un buen mensaje necesita de un proceso largo de investigación: quién es mi audiencia y cómo se va a sentir, cómo quiero que se sienta después del mensaje; exige una selección minuciosa de palabras, de figuras literarias que emocionen, pero que no empalaguen; confronta a cada una de sus partes con escrupulosidad argumentativa.

¿Cómo, con tanto manoseo, puede preservar su emotividad?

En primera, porque la emoción que pueda generar tiene que ver con la convicción del contenido, no con su cualidad de elemento sorpresa. Un discurso sin propuesta, sin una idea novedosa, sin una pasión genuina, no puede ser memorable.

Simplemente no hay un mensaje que pueda estremecernos cuando está lleno de lugares comunes, cuando no tiene exigencia racional, ni convocatoria emocional.

Por otro lado, puede ser emotivo porque las palabras son precisamente el instrumento de la emoción. Mientras mejor seleccionadas estén, más poderosas serán. Y eso es imposible hacerlo en un proceso de improvisación.

Pero entonces, ¿por qué la mayoría de los políticos mexicanos se resiste a leer?

Pues porque creen que la política es sobre ellos, no sobre sus ideas. Piensan en sus electores como en fans de bandas de rock. Creen que la política es de talento, más que de disciplina y estrategia. No quieren que nadie piense que “no saben”; ellos saben todo mejor que nadie. Muchas veces desconocen que su trabajo es resolver, no saber; inspirar, no convencer.

Pero esta lógica es tan equivocada como contraproducente. Una entrevista a un experto, la clase de un maestro, por ejemplo, serían una aberración si fueran leídas. Porque ahí lo relevante es la información.

Pero un político debe servirme como fuente de inspiración, no de conocimiento. No son expertos, deben ser líderes y un líder inspira con palabra y acción. Y precisamente porque debe haber consistencia permanente entre ambas, su instrumento no puede ser improvisado.

 

       Especialista en discurso político.

                  Directora de Discurseros SC.

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