Poder y propósito

Poder y propósito
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Me acuerdo bien de la toma de posesión de Enrique Peña Nieto. Recuerdo haber mandado un mensaje que decía: “qué bárbaro, qué cómodos se ven con el poder”. Los primeros meses, la soltura con la que los priistas caminaban por los pasillos de Estado era poco menos que magnética. El poder que se ejerce con comodidad, es seductor.

Luego vino el Pacto por México y el servilismo de la oposición. La aprobación de las reformas estructurales que por años el mismo PRI había frenado. Los votos de mayoriteo en las cámaras cuando se cansaban de permitir las discusiones que se habían vuelto testimoniales. Tenían los votos y no querían guardar ni las formas del parlamentarismo. El poder que se ejerce con soberbia, tiene esa capacidad corrosiva.

Los priistas, nos dijeron, habían regresado a modernizar el país. Tal como lo habían hecho el siglo pasado, venían a construir una narrativa: de nuestra identidad, de nuestro propósito nacional, de nuestra coyuntura histórica. Pero a medio camino, se quedaron sin gasolina. El poder que no se legitima, se agota.

La Casa Blanca y la pésima gestión de la desaparición de los 43 tuvieron un poder demoledor en el gobierno que pronto terminará. Golpes traumáticos de los que no se supo recuperar. A partir de ahí navegaron en el cinismo. La podredumbre del sistema se volvió de magnitudes desconocidas para mi generación. Los ciudadanos nos fuimos anestesiando. Ni la Estafa Maestra, ni las fosas de muertos, ni la imposición de cuates en los puestos estratégicos de las instituciones autónomas provocaron más que algunos respingos. Y el gobierno se fue recluyendo en sus torres. El poder que no se puede ejercer con orgullo, termina en claudicación.

Hoy se gesta un nuevo equipo. Un liderazgo que trabajó una identidad y la repitió por años hasta que la dominó en campaña. Una nueva forma de entender y ejercer el poder. Un equipo que ha recuperado el lenguaje de los símbolos que el panismo le había quitado a nuestra política.

Frente a la trilogía de fotos que eligió como parámetros de comparación: Juárez, Madero, Cárdenas, López Obrador nos anuncia el equipo que estará a cargo de la redacción de la constitución moral. No sorprende la presencia de una productora en ese equipo. Es propaganda. La apuesta parece ser que mientras la narrativa sea seductora, no importará recular en las críticas de años: no será relevante el nombramiento de impresentables; el ejército puede seguir en las calles; seguirá entumecida la reacción ciudadana a los conflictos de interés que ya ahora se anticipan en la siguiente administración.

López Obrador lo entendió bien. El poder que asume una narrativa se reviste de propósito. Ahora se anuncia la constitución moral, considerada necesaria, aunque no tendrá jerarquía de ley. ¿Por qué necesitaríamos una renovación moral? ¿Para quién será el recordatorio de su contenido? ¿Para que los ciudadanos no nos pasemos los altos? ¿Para que los funcionarios no roben? ¿Cuándo y por qué la ley dejó de ser suficiente para eso?

Yo me imagino que la lógica del documento es legitimarse simbólicamente como la opción moral de la política. Pero, un gobierno que se ocupa de la ética, ¿se dignifica, aunque en sus filas esté Manuel Bartlett o Simón Levy? ¿Es propaganda o una horca autoimpuesta para el gobierno entrante?¿Será que la constitución moral existe precisamente para que hablemos de ella y no de los anuncios que ya se anticipan de que se va a violar desde el gobierno? ¿O es otro distractor, como los que parecen gustarle a AMLO, que permiten guiar la conversación pública lejos de las decisiones de poder real? El poder que repite indefinidamente su estrategia, se vuelve previsible y se debilita.

En estos días, los equipos en formación tienen la oportunidad de decidir precisamente qué tipo de gobierno van a ser. Cuál va a ser su propósito, cuál su identidad, cuáles sus mecanismos de comunicación. Tendrán que ser cuidadosos, también, de las expectativas que generen. El próximo gobierno sigue inflando el balón. Parece que nadie les ha advertido que el poder que se ejerce sin mesura tiene la capacidad de destruirse a sí mismo. Ojalá lo adviertan pronto, porque así es el poder…

*Especialista en discurso político.

Directora de Discurseros SC

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