¿Su mejor discurso?

¿Su mejor discurso?
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Speechwright: an insider’s take on political rhetoric es un libro maravilloso sobre discurso político. En su título, William F. Gavin, autor del libro y discursero de Nixon y de Reagan, hace un juego con la palabra que tradicionalmente se usa en inglés para definir a quienes escribimos discursos (speechwriter) y la concepción de artesano de la palabra, discursero (wright) dando, desde mi perspectiva, absoluta dimensión a los alcances del oficio. Para ser discursero, uno no sólo necesita saber escribir armónicamente, sino que tiene que poder construir, forjar un objeto útil. Es decir, el discurso resultante debe servir para algo. La pregunta pertinente siempre es para qué.

En el libro, Gavin plantea un debate interesante sobre el objetivo del discurso político. El discurso debe, se pregunta el autor, emocionar o incitar a la reflexión. ¿Tiene el discurso la encomienda de mover emociones, de conmover disposiciones o debe plantear ideas y cimentar debates? La conclusión a la que llega es que debe hacer ambas cosas y, por lograrlo, resulta memorable. Un discurso del que nadie se acuerda, no es, nunca, un “buen discurso”.

Con esta reflexión como antecedente, me llamó mucho la atención la reacción en redes sociales al mensaje del presidente Peña el jueves en la tarde. Vi muchas manifestaciones del estilo de “impecable”, “su mejor discurso”, “un gran discurso”. A mí no me había parecido nada por el estilo, pero estuve dispuesta a conceder mezquindad de mi parte. Platicando con un amigo querido, en cuyo criterio confío casi ciegamente, me decía que era “el mejor discurso de su Presidencia” porque “abrirá puertas para todos lados”, “era amable con Estados Unidos y con México”, tenía buen ritmo y “cerraba perfecto”. Su análisis es, claramente, una evaluación de estrategia combinada con forma.

A quienes pregunté abiertamente en redes sociales contestaron que les gustó que los hiciera sentir algo, les había parecido oportuno el momento en el que salió y a muchos convenció de que vieron a un líder seguro, presidencial, firme, genuino. Esta gran mayoría le concedía, claro está, un poder emocional.

El discurso del Presidente tiene la estructura clásica: 1) Plantea un problema (aunque no lo enuncia): Estados Unidos no es recíproco a la disposición que ha mostrado México para negociar temas de economía, seguridad y migración. 2) Propone un antídoto (la unidad nacional), al mismo tiempo que resuelve sus potenciales amenazas, exacerbadas por la lucha electoral; y 3) Hace un llamado implícito a la acción. A la audiencia se le pide respaldar al Presidente en la defensa de la dignidad nacional.

En el desarrollo de su mensaje, Peña “evoca las palabras de un gran Presidente de los Estados Unidos de América: no tendremos miedo a negociar. Pero nunca vamos a negociar con miedo” y, en mi opinión, es precisamente esta frase la que revela un discurso que no entiende su dimensión. Una frase cuya pertinencia no se analiza, porque no estamos acostumbrados a políticos que las usen como códigos.

La cita es, por supuesto, una frase poderosa. Es parte del discurso inaugural de John F. Kennedy y, textualmente se traduce como “nunca negociaremos desde el miedo, pero no tendremos miedo a negociar” y se refiere a la amenaza de la bomba nuclear. Después de plantear el lugar que jugará Estados Unidos frente a sus aliados y frente a las naciones latinoamericanas, Kennedy discute la relación con quienes quieren erigirse como adversarios de su país. La idea que guía este discurso es la narrativa de su país como el garante internacional de la libertad. En ese sentido, su análisis deriva del valor trascendente que cobija su circunstancia.

Ahora bien, cuando uno retoma una cita, no puede escindirla de su contexto (en este caso, la bomba nuclear), ni puede privarla de su sustento narrativo: la libertad como valor rector.

Pero el equipo de discurso del presidente Peña no tuvo ningún miramiento en hacerlo. Para México, ¿el despliegue de la Guardia Nacional es una amenaza del nivel de la bomba nuclear? Y, en su caso, ¿es un asunto de dignidad? Peña no nos convoca a un papel activo (luchar por la libertad), sino a una resistencia pasiva (repeler la humillación). No sé, sigo sin estar convencida, pero, al mismo tiempo, me da gusto que el Presidente haya acertado en leer la forma de la indignación. Ya le tocaba un día de aplauso.

 

* Especialista en discurso político.

Directora de Discurseros, S.C.

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