Te voy a contar un pueblo

Te voy a contar un pueblo
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Cuando yo era chica, mis papás frecuentaban a un amigo periodista, Jorge Mansilla, quien fue pluma en este periódico y muchos años después embajador de Bolivia en México. No recuerdo mi edad cuando fuimos a la presentación de su libro Te voy a contar un pueblo, pero recuerdo bien haberme quedado maravillada con la genialidad del título.

Una frase que reflejaba cómo los pueblos se hacen de y con historias; cómo se comparten a través de la palabra, cómo se imaginan en ella.

En las últimas semanas, la persistencia de mensajes de las precampañas me han recordado ese título. Es claro que no por ninguna de las ideas que haya presentado ninguno de los (pre) candidatos, sino precisamente por la ausencia de éstas.

La orfandad narrativa de esta campaña es dolorosa. No hemos visto ningún discurso digno de llamarse tal, pero tampoco hemos escuchado de proyectos de países en donde sus autores conozcan bien cada una de las páginas, como uno esperaría que las supiera el autor que ha escrito el libro más importante de su vida.

Nuestros candidatos quieren ganar, fundamentalmente para que no gane el otro. Pero nadie nos está contando de un pueblo, del pueblo que quieren gobernar, del pueblo en el que nos quieren convertir; nadie nos cuenta un pueblo, ni como diagnóstico, ni como aspiración.

En las dinámicas de inmediatez que dominan nuestras precampañas, Enrique Ochoa cometió, el día de ayer, uno de los errores más grandes de la precampaña.

Deslizó su idea, sus prejuicios sobre un pueblo al que puede denigrar.

Hace algunos días, ese baluarte de la misoginia que es el gobernador con licencia de Nuevo León, hizo un juego de palabras afirmando que Morena, con tantos priistas que estaba recibiendo, debía, ahora, llamarse PRIeta. El comentario circuló rápidamente en las redes sociales, pero no pasó a mayores.

Sin embargo, al dirigente del PRI naciona le pareció tan buen juego de palabras, que decidió llevarlo a un siguiente nivel. En un video subido (y ahora borrado) a su propia cuenta de twitter el sábado en la mañana, habló de esos “que se van huyendo a Morena. Son los prietos (…) y les vamos a demostrar que son prietos pero ya no aprietan”.

No sé ni por dónde empezar. En el mínimo nivel de análisis, el meramente sintáctico, me gustaría llamar la atención del Sr. Ochoa para que se dé cuenta de que, si el Bronco usa la expresión, vale como ataque, tanto a Morena como a los priistas, quienes no niegan la cruz de su parroquia y que siguen siendo la misma gata, pero revolcada.

Por otro lado, está la connotación de “prieta”, que es radicalmente distinta a “morena”. Referirse a una persona con tez morena, nunca va a ser igual que hablar de una persona “prieta”. Y eso lo sabemos todos.

Por si fuera poco, termina su momento estelar con “son prietos, pero ya no aprietan” frase en donde, de entrada, el “pero” no tiene ningún sentido y que además refleja, sobre todo, un grado de vulgaridad y misoginia apabullantes.

Por supuesto, la revolución se armó en dos patadas y el dirigente nacional consideró pertinente borrar el tuit y luego escribir una disculpa diciendo que se enorgullecía de su color de piel y que su campaña sería de propuestas y unidad.

Nada sobre la connotación sexual de su comentario. Ah. Ok. Y uno se pregunta. ¿qué visión del pueblo deslizó Ochoa? Un pueblo que es “prieto”, ¿puede denigrarse por ello? ¿Un pueblo en el que una mujer con vida sexual activa puede ser objeto de comentarios denigrantes? ¿Un pueblo sin memoria en donde puede borrar el mensaje, disculparse y se acaba el problema? ¿Meade no querría aprovechar la oportunidad para salir a contarnos de otro pueblo? ¿Puede deslindarse del pueblo que existe en la mente de Enrique Ochoa, a quien hubo que explicarle por qué su visión de nuestro pueblo no nos gusta?

Pues veremos. Hasta la entrega de esta columna, silencio abismal desde el cuarto de guerra del candidato ciudadano.

*Especialista en discurso político.

                               Directora de Discurseros SC.

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