AMLO y Venezuela

AMLO y Venezuela
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Nuestros discursos son todo lo que decimos, cómo lo de­cimos y qué hacemos para demostrar que es cierto lo que decimos. Pero también son nuestros silencios. También decimos algo cuando no tenemos o no manifes­tamos opinión, ya sea porque no sabe­mos lo suficiente, porque no nos interesa o por razones estratégicas.

En estas últimas semanas, la situación en Venezuela ha provocado que diferen­tes actores de la política, nacional y mun­dial, aprovechen la tragedia que vive una nación para “jalar agua para su molino”.

El Estado mexicano ha salido a “con­denar” la situación, pero no ha tenido la voluntad de organizar ningún tipo de ayuda efectiva para los venezolanos que quieren salir de su país o para los que quieren quedarse, pero no tienen ni lo más básico para sobrevivir ahí. Es decir, el Estado mexicano con su inocua con­dena de siempre. Ricardo Anaya, presi­dente nacional del PAN, se echó una serie de tuits “rechazando”, “condenando” y “desconociendo” la Asamblea Nacio­nal “espuria” (does that one ring a bell?), las violaciones de derechos humanos y los asesinatos. Bien. El problema, como siempre con el nuevo PAN (ése que re­pite frases pero no lee los textos de Gó­mez Morín, de Efraín González Luna, ni de nadie), es que aprovechó el momento sólo para embarrar a López Obrador de Maduro. Más que una condena al régi­men de Maduro, usan a Venezuela como estrategia electoral. Una superficial. Por­que, ni siquiera abusando de la analogía con López Obrador, han aprovechado el momento para plantear una idea de Estado, de gobierno o de nación. No han aprovechado para convocar a un debate ideológico serio. No se han contrapues­to ideas de país, de las instituciones que necesita México para fortalecer y garan­tizar regímenes democráticos, indepen­dientemente de quién ocupe los Pinos en el próximo sexenio. Nada.

Por otro lado, quien más tiene que perder con estas analogías ha decidido ignorarlas. López Obrador sabe que su estrategia dominante, normalmente, es dejarlas pasar. Cuando se engancha, pier­de. Su competencia, montándose en el discurso del silencio ha salido a decir que algo querrá decir que se niegue a con­denar el régimen, que algo dicen las re­uniones en la embajada venezolana, que Morena claramente apoya la dictadura. Y Morena, la izquierda en general, aborda el debate desde su debilidad. Han sido inca­paces de separar la respuesta a la crítica y el planteamiento de la postura. Porque piensan que condenar a Maduro es con­denar un régimen económico incluyente, por lo menos en su versión ideal. Por eso tampoco condenan ni han condenado nunca a los Castro en Cuba. Creen que si condenan a las naciones “hermanas bolivarianas” traicionan una promesa de igualdad, no dándose cuenta de que la igualdad económica puede existir en re­gímenes profundamente democráticos, como los países nórdicos, por ejemplo.

La izquierda se niega a ser moderna, que promueva la igualdad económica, las causas progresistas y la democracia insti­tucional. Al hacerlo, se confunden con la derecha en su conservadurismo y con la dictadura autoritaria. Morena no está le­yendo sus derrotas y, con ello, se está ce­rrando la oportunidad de conquistar a un electorado que reconoce que la situación de pobreza y desigualdad es inaceptable, pero que también quiere vivir en un país de libertades y leyes.

Finalmente alguien convenció a AMLO de salir a hablar del tema. No habló de modelos económicos, ni de sistemas de­mocráticos. Y, a pesar de que no hizo lo que tenía que hacer, hizo algo muy inteli­gente. Mañoso, pero inteligente. El nuevo argumento de López Obrador es que lo quieren comparar con Maduro pero que él lleva años en el movimiento y “no se ha roto ni un vidrio”. AMLO decide lo mis­mo que Anaya. Recurre a una falsa ana­logía. En la lógica de AMLO, lo que nos estremece del desastre en Venezuela es el desorden. Y es culpa directa de Madu­ro. Maduro instiga el desorden y él nun­ca ha instigado ningún tipo de desorden, entonces él y Maduro no son iguales. Y su competencia lo deja definir esta narrati­va, le da el poder de definir esta narrativa. Según sus competidores, en el régimen de Maduro, AMLO sería Maduro, no la opo­sición que provoca las movilizaciones. La analogía no radica en la forma de movili­zarse, sino en la posible tentación de re­primir las movilizaciones, de acallar a una oposición enardecida por las tentaciones autoritarias y respaldada por un pueblo que vive en la escasez derivada de la ig­norancia económica de sus gobernan­tes. Su competencia lo va a dejar salirse con la suya si no le contesta a esto. Él va a desaprovechar la oportunidad de tomar el toro por los cuernos y posicionarse, en el espectro democrático de la izquierda. Se van a quedar con las banalidades, con las acusaciones insustanciales, con la es­trategia de aventar la piedra y esconder la mano. O sea, ninguna sorpresa.

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