Apología del servicio público

Apología del servicio público
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En días recientes, a raíz de la publicación del Plan 50 que presentó AMLO para avanzar medidas de austeridad en la Administración Pública, mucho se ha hablado de “los altos funcionarios” y de las prestaciones y “canonjías” que reciben. El discurso del “pueblo bueno” contra “la élite abusiva” ha llegado también al servicio público.

Ahora resulta que todo el personal de confianza está ahí para abusar del erario, que hay que legislar que no lleguen borrachos a trabajar, que estén pendientes “por lo menos” ocho horas al día.

Cualquiera que haya sido servidor público sabe que ese prejuicio es inoperante. Por un lado, ni los grandes abusos en contra del erario se dan por nómina, ni se compensa, como generalidad, con sueldos millonarios el ocio distinguido. De entrada, el servicio público no es un conjunto homogéneo. No lo es ni siquiera el personal de confianza.

En este grupo hay personas que hoy ganan el máximo establecido en el Plan 50 y quien gana más de tres veces eso. Hay quien tiene apenas una licenciatura en una universidad de bajo nivel y quien tiene un doctorado en la universidad más prestigiada en su disciplina en el mundo. Hay quien sabe que no lo van a correr porque su tío que es gobernador lo recomendó y quien está por vocación y compromiso.

En ese personal de confianza hay también muchos grados de compromiso. En mi paso de una década por el servicio público, la gran mayoría eran funcionarios pendientes de su trabajo las 24 horas del día, los siete días de la semana. Todos dispuestos a regresar a la hora que fuera a atender un bomberazo. Había muchas horas muertas por ineficiencia y muchas horas extenuantes por urgencia. Nunca vi a ningún sindicalizado regresar fuera de su jornada y muchas veces los vi resistirse a cualquier medida de eficiencia. Y lo cierto es que no se esperaba porque sus sueldos no compensaban la disposición permanente.

El sueldo te exige y te obliga, pero también lo hace la responsabilidad pública que tienes. Tuve la fortuna de ser personal de confianza de servidores intelectual y éticamente destacados en secretarías clave, en la Presidencia y en el Senado. Ese lugar de confianza me permitió opinar, sin represalias, desde una perspectiva crítica y presenciar decisiones de Estado del más alto nivel. Mucho del cansancio del servicio público (porque sus jornadas y nivel de estrés son cansados) se compensa, de hecho, con esos momentos en los que sabes que puede ser que algo cambie y que tú participaste en hacerlo posible.

Quienes hemos sido servidores públicos también sabemos que es una máquina difícil de enderezar, que muchas veces se mantiene, aun con toda la disposición de cambio. Sabemos que hay días en los que sales a la calle y ves que tu trabajo parece no servir de nada: los niños siguen limpiando parabrisas y los muertos se siguen apilando en fosas. Algunas de estas inercias radican en la estructura interna y muchas resistencias se ubican precisamente en la base de la pirámide que, según se anticipa, quedará intocada por las nuevas reformas a la Administración Pública.

Muchas de las resistencias están fuera del servicio público. En la necesidad de atraer talento porque sigue siendo un bien escaso. En la imposibilidad de generarlo nacionalmente. En la inequidad en el acceso a la educación más prestigiada.

En la propuesta de AMLO no hay matices. No se diferencia entre el grado de responsabilidad de quien trabaja en Gobernación y quien trabaja en Cultura. No hay diferenciación entre cómo compensar la capacidad técnica que se necesita en Hacienda y cómo el riesgo de las áreas de Seguridad Pública.

No hay una disposición a creer que gente preparada y comprometida ocupa hoy el servicio público. Pero lo peor es que ninguna medida busca mejorar su calidad, su eficiencia, sus resultados. Ninguna busca optimizar tareas, atraer talento, dignificar el servicio.

Qué rara visión esta del servicio público. No es para nada lo que yo viví. No es tampoco lo que quiero para mi país. No creo que esta perspectiva dé paso a la reforma necesaria. Ojalá me equivoque y sea para bien.

*Especialista en discurso político. Directora de Discurseros SC

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