La elección ya fue hace tres semanas y la agenda política sigue sin encontrar ni acomodo ni narrativa. Para bien y para mal, AMLO y su futuro gabinete definen completamente la conversación pública. Ni el todavía gobierno, ni quienes se supone que serán oposición han logrado articular un diagnóstico del tremendo golpe que recibieron. Es más, no han querido reconocerlo siquiera. De ahí que sigan en discursos autocomplacientes y sin estrategia de futuro.
La dirigencia panista se apronta a decir que no hay nada que lamentar. Que el partido ganó no sé cuántas gubernaturas en años pasados. Que será una oposición leal, como siempre lo han sido, como si esa postura no hubiera sido, en sí misma, motivo de intenso debate en la historia del PAN. Parece no darse cuenta de que en todos los frentes se están amotinando candidatos para la sucesión, de que hay debates internos pendientes, cuentas por rendir, acciones por aclarar, heridas por reparar.
El PRI, por otro lado, fiel a su imagen de eficiencia, renovó su dirigencia de un momento a otro, pero no ha renovado sus referentes. Asumen Moreira y Ruiz Massieu, con el peso que tienen esos apellidos. Los priistas no encuentran un discurso porque no pueden. Son oposición pero siguen siendo gobierno. Si alguien recibió castigo en esta elección es precisamente el gobierno emanado de sus filas, el que prometió regresar con la cara lavada y no pudo mantenerse por más de seis años. Ya no pueden ser ni el PRI revolucionario, ni el tecnócrata, ni el “nuevo PRI”. No sorprende que discutan incluso un cambio de nombre para poder encontrar una identidad.
Y mientras tanto, en la casa presidencial, siguen en una burbuja. El día de su cumpleaños, el Presidente fue a Colima a entregar el túnel ferroviario en Manzanillo. Con esto cumplió “la totalidad de los compromisos hechos a Colima”. Escucho el discurso que otra vez parece hecho con machote: una anécdota de ocurrencia que no transmite la idea central del discurso, datos dispersos y un cierre largo y desvinculado.
Pero hay algo que hace años no le escuchaba. El Presidente habla de los compromisos cumplidos y así me acuerdo de cómo llegó al poder. Me acuerdo del candidato que prometía haber cumplido y cumplir. Un candidato dinámico, eficaz que ciertamente no prometió ni honradez, ni probidad.
Me pregunto qué hubiera pasado con el PRI si Aytozinapa no hubiera descolocado al gobierno; si hubieran podido mantener el ritmo de cumplimiento de los compromisos; si se hubieran moderado en el abuso del poder y del presupuesto, si hubieran mantenido la narrativa del gobierno eficaz que prometieron.
En Colima, el Presidente dice una y otra vez que habrán “de arribar a la casi totalidad de los compromisos cumplidos. De aquellos que por razones varias no se hayan terminado, habré de informarlo. Pero más del 95 por ciento de los compromisos que asumí con los mexicanos quedarán debidamente entregados y concluidos”. Así en abstracto no suena mal: un gobierno que cumple casi todo lo que promete y, sin embargo, es la primera vez que pienso en esos compromisos desde la campaña de 2012.
El Presidente habla con nostalgia. Nos dice que sí cumplió pero no nos explica por qué nadie se lo reconoció en las urnas. Ha decidido evitar la introspección. Mejor darle vuelta a la hoja. El Presidente ya va de salida aunque insista en decirnos que van a trabajar hasta el último día. Insiste en que sigue siendo Presidente, pero está entregando el changarro. De salida repite una y otra vez que cumplió lo que nos prometió. Y, en cierto sentido, tiene razón. Qué lástima que se haya esperado cuatro años para recordarnos qué fue lo que prometió y qué lo que cumplió. Porque administrar las expectativas y documentar su satisfacción también es tarea del gobierno. Ojalá el gobierno entrante aprenda de esta elección lo que ni la oposición ni el gobierno en turno han querido aprender.
*Especialista en discurso político.
Directora de Discurseros SC.