La Fundéu BBVA ha elegido “populismo” como la palabra del año 2016. Esta fundación, que tiene el objetivo de impulsar el buen uso del español en los medios de comunicación, ha explicado que esta selección se debe, en parte, al creciente uso de la palabra en debates políticos y en los medios de comunicación, y a la resignificación hacia un concepto peyorativo.
En el análisis presentado, la fundación explica la evolución de un concepto que se ha definido como “perteneciente o relativo al pueblo” (en 1936) y como “doctrina política que pretende defender los intereses y aspiraciones del pueblo” (en 1985), pero que hoy se usa también como sinónimo de “soluciones simplistas- e inoperantes- a problemas complejos” o, en el mejor de los casos, como una “tendencia política que pretende devolver el poder a las masas populares frente a las élites”.
Estrictamente, la palabra sigue siendo definida por la RAE como “tendencia política que pretende atraerse a las clases populares”, pero todos lo hemos escuchado: “no voten por López Obrador, porque es un populista”. En la misma etiqueta se ha hecho caber a Trump, a Berlusconi y a Hugo Chávez, y a muchos otros. A los economistas del ITAM nos educan a tenerle repulsión a la simple idea. El populismo como la causa del estatismo, del derroche de recursos públicos en programas ineficientes, preludio de epidemia, muerte y destrucción. Pero cada vez pienso más en que usar un concepto tan ambiguo para denostar todo un proyecto político es una estrategia que puede ser contraproducente.
En junio del año pasado, Obama reviró a Enrique Peña Nieto, quien aprovechó la reunión de Líderes de América del Norte para hacer campaña en contra del “populismo” de Trump – a quien dos meses después recibió con bombo y platillo, valga decir. Go figure-. Obama dijo que él mismo era un populista. Parecía exigir que se le reconociera su populismo, su carácter popular, su preocupación por el pueblo. Quería evidenciar su vocación de servidor público; su preocupación por las clases más desprotegidas; su convicción de que los privilegios no debían ser exclusivos de las élites, sino oportunidades bien repartidas; sus nociones de justicia social; sus aspiraciones a una educación con calidad para todos; su exigencia de un gobierno transparente…
Y claro, cuando asociamos populismo a esos valores, hasta dan ganas de ser populista. Pero, cuando Enrique Ochoa Reza pide que no se haga del reciente incremento al precio de la gasolina, una bandera de política populista, ¿a qué se refiere? ¿A una batalla demagógica?, ¿cínica?, ¿infundada?, ¿irresponsable?, ¿crítica? ¿Cuál es el populismo al que le teme Ochoa?
Porque tal vez haya que recordarle que el partido que hoy dirige, alguna vez defendió la “justicia social con libertad” como estrategia de gobierno. Reyes Heroles, al tomar la dirección del Partido en 1972, dijo, entre otras cosas, que, él, que su partido, confiaban en “crear riqueza y repartirla; crear para repartir y repartir para crear”. Rehuía a una sociedad “amenazada por un doble temor: el temor de muchos al hambre, a la inseguridad; y el temor de pocos a perder lo mucho que tienen, cuando los muchos que no tienen o casi no tienen lleguen a la desesperación”. ¿Obama no lo calificaría precisamente de populista?
Lo cierto es que Enrique Ochoa ya cumplió una de las promesas que hizo en su toma de protesta. En su discurso, prometió mayor colaboración entre el gobierno y el partido para comunicar. “La falta de comunicación entre gobierno y partido nos aleja de la sociedad y le facilita el camino a nuestros adversarios políticos. Ellos critican al gobierno y nosotros en ocasiones no hemos dado la batalla”, dijo. Ahora ha salido, pues, a defender al “mayor activo del Partido Revolucionario Institucional”, al Presidente Enrique Peña Nieto” (¿?), advirtiendo que la crítica de los opositores al incremento al precio de las gasolinas, será pretexto para ondear una bandera populista. Pues… (¿) Viva el populismo (?)