El indudable futuro político de Cuauhtémoc Blanco

El indudable futuro político de Cuauhtémoc Blanco

El lunes pasado, tuve la oportunidad de ver a Cuauhtémoc Blanco caminar por el centro de Cuernavaca. “¡No estás solo! ¡No estás solo!”, era la porra que, al unísono, anunciaba su llegada. Cuauhtémoc sonríe. A diferencia de lo que siempre pensé de él, tiene una sonrisa introvertida, hasta dulce. La gente se le entrega. Él parece genuinamente conmovido.

El fin de semana anterior se declaró en huelga de hambre, en protesta a las acciones reiteradas que, según dice Cuauhtémoc, Graco Ramírez y su hijo orquestan contra él.

La noche del jueves previo, el Congreso de Morelos aprobó por unanimidad extender el mandato, de 8 a 12 años, de los magistrados que evaluarían el juicio político de Blanco. Política de la más baja, hecha con el peor de los tactos. Es el tercer intento de destitución por una causa que el Tribunal electoral ya juzgó y ya desestimó. No encontré un solo trascendido, una sola columna, burlándose de los delirios autoritarios de Graco. Pero sí encontré muchas burlándose de Cuauhtémoc.

Blanco dice que le tienen miedo, que Graco quiere imponer a su hijo como gobernador en 2018 y que, para ello, le estorba la indudable popularidad del otrora futbolista.

El discurso de Cuauhtémoc es muy simple. Sus elementos son:

  1. La gente me quiere porque soy como ellos.
  2. Yo no voy a permitir un gobierno corrupto.
  3. Los políticos tradicionales de Morelos tienen miedo porque, uno, la gente me quiere y, dos, no los dejo robar.
  4. Me atacan a la mala, pero no me voy a rajar.

Es la estructura de discurso más básica. El “ellos contra nosotros” más simple. Y a Cuauhtémoc le funciona fantástico. Y le funciona porque tiene razón. Hay un “ellos”, los políticos; ésos que se dan bonos de cientos de miles de pesos más allá de los que publica la prensa; ésos que compran a los Congresos —locales o federales— para imponer su decisión, para defender algún privilegio; ésos que no entienden que no entienden; ésos que obligan a sus asesores a preocuparse por cómo “hacerlos parecer humanos”. Parecer.

Y está un “nosotros”, la gente que no conoce el privilegio; que no conoce a nadie que trabaje con nadie que los pueda sacar de un apuro; los que saben que los políticos no son de fiar, pero se morirían si supieran que es todavía peor de lo que piensan, si conocieran el nivel de cinismo en las negociaciones privadas —de asuntos públicos— en el Congreso; un “nosotros” que no puede concebir siquiera la cantidad de recursos que “bajan” y usan a discreción los políticos. Un “nosotros” enojado con el abuso y el descaro y la falta de empatía.

López Obrador es el vocero perfecto de ese mensaje. Por mucho que sus enemigos traten de enfatizar el despropósito de su política pública, a la gente le sigue gustando sentir que, por lo menos, es honesto; que, por lo menos, parece decente; que, por lo menos, entiende la pobreza; que, por lo menos, no se va a robar todo el dinero destinado a aliviar la miseria, para hacerse ranchos y casas, y comprar joyas y coches.

A Cuauhtémoc este mensaje le funciona aún mejor, porque él, a diferencia de AMLO, no es un político. Él es la historia que cuenta. Viene de Tepito, nadie le cuenta la pobreza, no sabe nada de política pública, pero es carismático y conecta con la gente que lo idolatra.

Ricardo Alemán se burla de sus “estupideces”, con un clasismo apabullante. Las redes sociales se burlan diciendo que, “como es del América debe estar acostumbrado al hambre”. El Universal en sus trascendidos lo llama “curiosito” y “folclórico”. Nunca los he leído referirse en esos términos de ningún otro político y, créanme, Cuauhtémoc no es una excepción en materia de ignorancia política o legislativa.

Llama la atención cómo estos ataques fortalecen a Cuauhtémoc Blanco. Es el “ódiame más” de la política. Y, mientras los políticos y analistas tradicionales no entiendan por qué Blanco funciona más que Graco, aunque uno sea más “como ellos” y al otro lo perciban “curiosito”, Blanco va a seguir y seguir creciendo en popularidad. De mí se acuerdan…

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