El discurso de la élite mexicana

El discurso de la élite mexicana
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Hace algunas semanas, un amigo muy querido posteó en facebook el anuncio de un proyecto de recaudación. Su sobrino de nueve años había terminado el catecismo y sus papás “decidieron” que, para hacer su primera comunión, tenía que involucrarse en un proyecto comunitario. Me imagino que la intención de los papás era poner en práctica el discurso religioso, la caridad. No los conozco, pero me imagino que perseguían una enseñanza ética; procuraban un momento de definición del tipo de persona en el que Luis Rodrigo se va a convertir. Porque, ¿de qué sirve la religión si no genera empatía, si no reconcilia al mundo con sus valores, si no combate sus carencias? El proyecto elegido por el chiquito fue la construcción de casas para familias “muy necesitadas”. A la fecha ignoro cómo se le ocurrió este proyecto, pero me da gusto saber que fue una campaña exitosa. Luis Rodrigo reunió a sus amigos para que proveyeran la mano de obra. Las familias beneficiarias tenían ya el terreno sobre el cual se edificarían las viviendas. Sólo necesitaban nuestra ayuda para comprar el material.

Me imagino (por el ángulo de la toma) que algún adulto les ayudó a grabar el video en el que nos comunicaban su misión. De dos en dos van apareciendo niños que se solidarizaron con su amigo y nos convocan a ayudar. El video es perfecto. La misión es conmovedora. La religión y el privilegio usados para cambiar la dolorosa realidad de desconocidos con los que, al grupo de niños, les une nada más que la humanidad compartida. Es un revés de las nuevas generaciones para quienes hemos perdido la esperanza en ellas.

Del otro lado del espectro ético, está el video de la preparatoria de la Universidad Panamericana que me mandaron esta semana por whatsapp. Ignoro desde qué fatídica fecha se inició la tradición de “los videos de generación” de los “mirreyes” y las “lobukis” de México, pero maldigo la hora. Muchos de ellos, egresados de escuelas de legionarios. Todos ellos de escuelas caras, que no es lo mismo que prestigiadas.

Para quien tenga la fortuna de no conocer esta colección de imágenes, les evito el trago amargo. Los videos tienen distintas extensiones que van de los dos hasta los treinta (¡TREINTA!) minutos, pero todos te quitan las ganas de vivir. Todos se tratan de la opulenta preparación para LA fiesta de graduación. Varían en sus grados de misoginia. El campeón indiscutible en este sentido es el video del Cumbres de 2015, en el que los graduados sometían a sus parejas a un casting. Recuerden que no cualquiera se merece a estos partidazos. El video del Miraflores de este año no llega a tanto. Los estereotipos de género se reducen a mostrar a grupos de mujeres en clase de síclo o en el salón de belleza -sus espacios naturales- recibiendo con frenesí la invitación a la graduación. Ninguno de esos videos se trata de absolutamente nada, más que de mostrar lo ricos que son. Las casas productoras que contratan para realizar los videos se sientan a capturar cómo estos herederos nadan en albercas privadas, saltan en jardines enormes en Lomas, pasan el tiempo en el helipuerto donde aterriza su papá, se revisten de oro y marcas y lujos, se dejan afeitar y masajear y servir, piden la ayuda de sus mayordomos -los pueden reconocer porque son los únicos morenos del video-. Están borrachos o emborrachándose o planeando emborracharse o crudos. Y ya.

Insisto: los videos no tienen ninguna intención, no hay una historia, ni un mensaje. No intencional, por lo menos. No hay un aprendizaje que corresponda a terminar la preparatoria, no hay una reflexión de su lugar en el mundo, no hay un intento por retribuir a nadie, por involucrar a nadie. Son videos autocomplacientes en donde un grupo de jovencitos nos presume su franca desconexión con la realidad. Viven en un país en donde más de la mitad de la gente es pobre. Ellos pasean en autos convertibles de colección, deambulan por los campus de escuelas impecables, en atuendos impecables, con físicos impecables; se emborrachan, se emborrachan, se emborrachan tapizados de satín.

Y me dejan pensando… ¿Cómo ven el mundo? ¿Qué creen que se merecen? ¿Cómo creerán que vive el 90% de nuestra gente? ¿Les importa? ¿Por qué creen que es valioso o relevante mostrarnos lo que nos muestran? ¿Buscan admiración? ¿Buscan reconocimiento? ¿Buscan provocar envidia? ¿Qué? ¿náuseas?

Me quedo pensando cómo va a ser el país cuando ellos tengan el poder, después de una vida sin ver, ni oír a los marginados. Me quedo pensando cómo se racionalizan a ellos mismos. Me quedo pensando cómo definieron sus personajes, cómo se convencieron de que eso que les compraron sus papás es lo único que pueden entregar al mundo. Me quedo pensando si serán capaces de mantener, acrecentar y repartir esa riqueza… ¿querrán? Pero, sobre todo, me quedo pensando que ojalá tuvieran unos papás y una religión como la de Luis Rodrigo.

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