El discurso de un líder

El discurso de un líder

Conozco a muy pocas personas que no caen rendidas ante el carisma de Barack Obama dando un discurso. Melodioso, rítmico, emotivo. El maestro de las pausas, de las sonrisas ladeadas, de los chistes y las canciones que parecen nacer del momento, que dejan entrever una espontaneidad que convence, que lo hacen parecer cercano. Estructuras precisas en las que logra conmover una y otra vez. Círculos narrativos perfectos que van escalando en tensión dramática y en emoción. Un espectáculo para quienes disfrutamos de las palabras y de la dramaturgia.

Quienes no son seducidos por estos ejercicios retóricos, lo acusan de narcisista, de ser un rockstar que dio mucho entretenimiento y poca sustancia. Un hombre vano, dicen, que le entregó la presidencia a una amenaza para la democracia internacional, cuya dimensión todavía no podemos aquilatar.

El 10 de enero pasado, Obama ofreció un discurso de despedida en Chicago. En la misma sede en donde se declarara victorioso hace ya 9 años. Fue dando diagnóstico, una a una, de las problemáticas sociales que se evidenciaron en la elección de noviembre; ésas que explican el enojo que llevó al enojo al poder; ésas que preocupan porque validan el odio y la intolerancia; pero ésas que seguimos sin atender- también en México-: la desigualdad económica que genera exclusión social, el racismo que ha herido al país desde su nacimiento, la creciente segregación, el escepticismo ante la diversidad de opiniones, las reglas del debate democrático, la información sustentada como su base necesaria… etcétera.

Después de repetir las políticas que él apoya- “un comercio justo, además de libre”, el derecho de asociación de los trabajadores, la negativa a la exención de impuestos de los más ricos- , en su “llamado a la acción”, Obama recordó los principios fundacionales que han permeado la narrativa patriótica de los Estados Unidos: la idea de que todos tienen el mismo derecho de cumplir sus sueños de vida. Destacó la importancia de la unidad como principio sine qua non de cualquier convivencia social y democrática. Hizo un llamado a la decencia, a la decencia en la política, con la autoridad moral que le da ser un hombre decente, un político decente. Hizo un llamado a la solidaridad, a la empatía, a “los corazones que tienen que cambiar”, con la autoridad moral que le da ser un hombre sensible y empático. Convocó a la ciudadanía a asumir “el cargo más importante en la democracia”: su ciudadanía. Se posicionó frente a muchos de los cuestionamientos que el estado del mundo, que la crisis de tolerancia que parece epidemia, plantean. Una acción que no resuelve, pero que aspira a pacificar la congoja.

Un discurso conmovedor y relevante. Me hizo pensar en los llamados a la unidad que han hecho mi Presidente y su gabinete esta semana. Una unidad que no entiende la gravedad de la situación que atraviesa el país; que no valida- para resolverlo- el enojo que nace de la incertidumbre y la indignación; que no puede entender el dolor de la pobreza más lacerante. Pero sobre todo, una unidad que no tiene un principio – ético- rector. Decía Pascal Beltrán del Río esta semana, ¿unidad en torno a qué? Y coincido.

Pareciera que en las últimas décadas, los políticos de nuestro país han optado por eludir posturas. Tal vez la inconsistencia del ejercicio de gobierno del siglo pasado desvirtuó la narrativa revolucionaria. Tal vez el fracaso del dogma liberal para traer bienestar a la gran mayoría de las familias mexicanas, explica que los políticos no quieran tomar postura, no quieran defender lo que les apasiona, revelar lo que les preocupa, combatir lo que les indigna.

Tal vez el enojo de la población los hace prevenir el desliz que puede viralizarse en redes sociales y, por eso, se quedan en el discurso cómodo, simple, superficial; ese discurso que no motiva, ni convence, ni muestra a la persona detrás del poder. No puedo pensar en un solo orador en nuestra clase política que pudiera dar un discurso como el que dio Obama el martes. Y, por eso, independientemente de la calidad de político que haya sido, a mí me sigue emocionando escuchar a la persona que se revela en sus palabras; me sigue entusiasmando la idea de encontrar decencia creíble en las voces de los líderes; me sigue doliendo tanto, buscar, sin encontrarla, en tantos de nuestros políticos.

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