La verdadera debacle del PRI

La verdadera debacle del PRI

No existe un gran discurso sin una gran propuesta. Punto.

Parece obvio, pero hay que insistir: es imposible lograr un discurso eficaz, conmovedor, memorable, si no hay una gran idea de por medio. Un diagnóstico de una realidad insostenible, una propuesta de política transformadora, una ruta de cambio novedosa. Es decir, no puede haber forma, si no hay fondo; no puede haber poesía, si no hay sustancia.

El fin de semana pasado, el Partido Revolucionario Institucional celebró su cumpleaños número 88. El dirigente nacional, Enrique Ochoa Reza, articuló un discurso que refleja, de cuerpo completo, la anemia de ideología y de liderazgo que padece el PRI.

Del PRI se pueden decir muchas cosas, pero si algo debe reconocerse, es que, durante el siglo pasado tuvo una narrativa consistente de lo que era el país y de lo que debía ser. Apócrifo, hipócrita, forzado, como fuera. El país era algo, debía ser algo más y el PRI era, ofrecían, el instrumento para garantizarlo.

Retomo el discurso más famoso de Luis Donaldo Colosio, al que se ha culpado hasta de su muerte, ofrecido en el marco de la misma celebración. Creo que la comparación dejará clara la anemia de la que hablo.

Abre Enrique Ochoa alabando a Enrique Peña Nieto; dice que “el PRI está orgulloso de su labor como Presidente de la República. Como Jefe de Estado, ha dado usted un gran ejemplo. Un ejemplo de anteponer los intereses nacionales, sobre la coyuntura de corto plazo. Un ejemplo de responsabilidad al servicio de México”. No sé ni de qué habla, ¿usted?

Ochoa continúa con una retahíla de cosas que le “debemos” al PRI: la infraestructura de la educación pública, el sistema de Seguridad Social, la dignidad diplomática, las vías de comunicación, haber impulsado el comercio en México”, etc. sólo le faltaron los arcoiris y los amaneceres. Concluye su larga lista con: “El PRI es un partido ganador. Así es nuestra historia como partido político. Siempre encontramos y reencontramos el camino para la victoria”. Ni una sola autocrítica, ni una.

Por su parte Colosio, ya en el tercer párrafo, afirma: “aquí está el PRI que reconoce los logros, pero también el que sabe de las insuficiencias, el que sabe de los problemas pendientes”. “La estabilidad, la paz interna, el crecimiento económico y la movilidad social, son bienes que hubieran sido inimaginables sin el PRI. Pero (peeeeero) nuestra herencia debe ser fuente de exigencia, no de complacencia ni de inmovilismo. Sólo los partidos autoritarios pretenden fundar su legitimidad en su herencia. Los partidos democráticos la ganamos diariamente”.

Y, ¿en qué México vive cada uno?

El proyecto de Ochoa se circunscribe a las elecciones y a la competencia para ganarlas: “vamos a elecciones de gobernador en tres estados donde nuestros gobernadores están muy bien evaluados por la sociedad”… “Esta vez, las coaliciones grotescas entre PRD y PAN están en estado de descomposición” (…) Enfrentamos a un PAN blando y rancio. En el PRD, enfrentamos a un Sol que no alumbra ni a la esquina. Y el Mesías de la Mentira en Morena, que es exactamente el mismo demagogo y mentiroso de siempre. El que le huye al debate”. El error, la falla, es evidente, está en “los otros”. No hay un México que arreglar, hay elecciones que ganar.

¿Y qué pensaba Colosio? “Me he encontrado con el México de los justos reclamos, de los antiguos agravios y de las nuevas demandas; el México de las esperanzas, el que exige respuestas, el que ya no puede esperar”. Prosigue con su famosa anáfora “Yo veo un México… de trabajadores que no encuentran los empleos ni los salarios que demandan, (…) de jóvenes que enfrentan todos los días la difícil realidad de la falta de empleo (…), de mujeres que aún no cuentan con las oportunidades que les pertenecen” (…) “Yo veo un México con hambre de sed y justicia”. Un México con hambre y sed de justicia, que sigue hambreado y sediento”.

Habla mal de nuestros gobiernos que el discurso de Colosio de hace más de dos décadas siga vigente, pero habla peor del PRI, que haya dejado de reconocer siquiera la existencia de ese México que gobernaron por 70 años, que hoy otra vez gobiernan y que pretenden seguir gobernando.

En este brutal desapego con la realidad y vacío de proyecto, se explica que mientras Colosio cerraba con un “¡Que viva México!”, Ochoa Reza  apenas articule un ensimismado: ¡Que viva Enrique Peña Nieto! En fin…

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