Los empresarios en el debate públio

Los empresarios en el debate públio
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Todo discurso político tiene un momento en el que el orador se define como parte de un proyecto que representa ciertas agendas, valores o convicciones. Se construye un “nosotros” que necesariamente encuentra referente en la diferenciación respecto al otro.

Ese “otro” no necesariamente tiene que ser un enemigo. Pero en las campañas presidenciales que nos está tocando ver, ese “otro” (que somos todos en la mirada de alguien) es cada vez más siniestro, cada vez más reprobable, una amenaza cada vez más grande. La gran desigualdad que existe en nuestro país, en materia de ingreso, de oportunidades, de incidencia en la determinación de lo público hacen que esta división sea cada vez más profunda.

A los empresarios mexicanos muchas veces les ha tocado jugar el papel del “otro”, que no es pueblo y a quien no se le reconoce una legítima preocupación por su bienestar. Y hablo de empresarios como existen en el imaginario colectivo, no del dueño de la tortería o de la señora de la miscelánea. No, en México, cuando hablamos de “empresarios”, hablamos de esos grandes poderes económicos que se sientan con el poder político para avanzar agendas particulares.

Por eso, no es ninguna sorpresa que la carta que escribiera Germán Larrea a sus empleados, por ejemplo, encontrara tanta animadversión en la discusión pública. En ella, a grandes rasgos, el empresario pide que voten desde la razón y no desde el enojo, y afirma que el modelo populista puede representar un riesgo económico que podría afectar la estabilidad y la generación de empleos.

¿Tiene derecho a decir eso? ¿Es éticamente correcto? ¿Es un acto de coacción? Hay una infinidad de preguntas que surgen de la iniciativa del poderoso empresario. Independientemente del contenido, el empresario tiene, en mi opinión, derecho a participar en la discusión de lo público. Es más, tiene la obligación de hacerlo, como tiene la obligación de reconocerse como un actor que incide en la política pública del país.

Sin embargo, bajo mi perspectiva, la carta de Larrea se equivoca en dos cosas fundamentales. En primera, es una carta que no está pensada para su audiencia. Plantea la problemática desde y para el privilegio. No sorprende, por ejemplo, que en vez de hablar de “retribución”, hable de “distribución” de salarios y utilidades. No plantea un “nosotros” en el que pueda alinear sus intereses con los del trabajador. Es más, los excluye totalmente cuando plantea que “estamos preocupados por el bienestar de nuestros empleados, de nuestra empresa, y de nuestros colaboradores”. ¿Quiénes están preocupados? Ellos, ese “nosotros” que son los empresarios. Falla también cuando habla de “las grandes inversiones que venimos desarrollando”. ¿Quiénes? Porque los trabajadores, los “otros”, seguro no. Tal vez si Grupo México hubiera tomado la decisión de crear una identidad de empresa, de hablar por lo que representan, directivos y empleados, de hablar de un principio que los vincula, entonces podría hablar de una amenaza colectiva.

El segundo error que comete la carta es no asumir el papel que su empresa tiene en la discusión nacional de lo público. No hay un mínimo de mea culpa. Se presenta como un empresario ejemplar, que cuando dice “nunca, es NUNCA” ha obtenido concesiones producto de la corrupción, “ni en los tiempos más difíciles que toda empresa transita”, sin reconocer que el acceso al poder le ha dado la oportunidad de jugar de una manera muy distinta que al pequeño empresario. ¿Qué tan diferente hubiera sido la recepción de la carta si hubiera reconocido como error no haber señalado la corrupción, la impunidad y la falta de seguridad “que nos enoja y nos ofende” durante todo el sexenio y se hubiera comprometido a insistir en esa agenda hasta que el gobierno en turno asumiera un compromiso tangible con su combate? ¿Qué tan diferente hubiera sido reconocer los errores en la trayectoria pública del Grupo y asumir un compromiso real y tangible con la mejoría de las condiciones de vida de sus trabajadores?

Yo creo que con esos ajustes, la carta hubiera tenido otra recepción y otro impacto, pero me imagino que nunca lo sabremos… *Especialista en discurso político. Directora de Discurseros SC

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